Hoy es Ferragosto, además de la semana grande agosteña. A mi Málaga de luz inabarcable, la ciudad del paraíso aleixandrino, esta semana se le hincha el jabardillo, se le acumula el tropel, se le infectan los corrillos, se le dilata la bulla, se le infesta la batahola, se le expande el estruendo, se le hernia el bullicio... y, naturalmente, cómo no, se le protruyen los personajes.

La naturaleza del sapiens y su inevitable misión de satisfacer sus necesidades -las impuestas por la Naturaleza y las inventadas por cada uno- dotan al universo feriante de un manantial inagotable de personajes para esta semana llena de contrastes y claroscuros que, so pretexto de la alegría sin cortapisas, nos mueven de la melancolía a la euforia, de la risa desatada a la angustia por no saber reír, del ahorro al dispendio, del silencio al ruido, del complejo a la desinhibición...

Obviamente, no pretendo listar en estas setecientas veinticinco palabras de hoy todos los personajes posibles en una Málaga en feria. Estás letras no persiguen al fabricante de sueños en forma de dulces de algodón; ni al sombrerero de ilusiones de fieltro y cartón; ni al caballero jubiloso emparejado con su caballo alborozado, ambos exultantes y orgullosos compañeros; ni a los cocineros, ni camareros, ni artesanos, ni artistas que hacen posible la inefable magia de la feria. Hoy me refiero a algunos personajes añadidos a la feria, al menos a la nuestra, la de Málaga.

La fachenda político-feriada durante esta semana es un hecho contrastado. Tan es así que los políticos en edad de merecer que aspiren a ello, si quieren progresar no pueden marrar una sesión de paparazzi mientras se dan un «improvisado» canequi por la Málaga feriante de esta semana. Los políticos, los de la política grande y los de la política liliputiense, entrambos, están en vías de convertir la Feria de Málaga en el más codiciado escenario idílico veraniego. Dejarse inmortalizar sonrientes durante esta semana forma parte de la liturgia política posmoderna, porque, si ansiada, por buena, es nuestra feria para el figureo institucional y partidista, aún más ansiada lo es para el reparto de banderillas, dardos, pullas y rehiletes envenenados a los adversarios políticos tontos del culo. Para ambas prácticas la Feria de Málaga es un must.

Que conste, si he explicitado lo de tontos del culo es porque un brillante veterano político nacional me aclaró en su momento que la fuente narcisista en la que sacian su sed buena parte de ellos, termina tatuándoles en el lóbulo frontal del cerebro el axioma "nadie que no sea tonto del culo puede ser mi adversario". Obviamente, desde aquel día tengo meridianamente claro el porqué de la natural insensatez verbosa con la que la grey política expresa recurrentemente la bondad de una cosa y su contraria, consecutivamente, en un par de nanosegundos de nada.

El trasiego de los profesionales turísticos de feria en feria, ¡Allez-hop...! --me refiero a las turísticas en este caso-- no nos habilita para la Feria de Málaga. Salvo actos protocolarios y/o de relaciones públicas, nuestro agosto, profesionalmente, no da demasiado para ferias, pero sí para empaparnos indirectamente con el influjo de la nuestra: agosto es un mes ubérrimo en estancias y clientes, y en resultados económicos parciales. Y el periodo de feria viene a mejorarlo. Durante la feria, los profesionales entregados al turismo estamos del lado de la luz. Los turísticos en agosto reímos, y durante la feria más. Llorar, lloramos solo cuando llega la sombra, que diría Jung, que llega con las leónidas, por noviembre, que es la puerta de entrada a la gran llantera que prorrumpe con vehemencia y nos dura hasta marzo, o más...

El contrapunto en el periodo de llanto lo aporta otro personaje, unipersonal en este caso. Un personaje impenitente en esta época del año. Se trata de san Lorenzo, un maño que nunca supo que lo era, creo. San Lorenzo, salvo alifafes de almanaque, comparece cada año en feria solo para llorar. Y lo hace hasta secarse los ojos. San Lorenzo, que lleva siglos acudiendo a su cita, nunca llora lágrimas, llora perseidas calentitas. Millones y millones de ellas cada año. Pobre criatura, qué irritación... Para san Lorenzo nuestra feria es su temporada alta de lágrimas que deshidratan sus ojos para alimentar los nuestros, los de los personajes añadidos a la semana malagueña más jolgoriosa del año.