El martes pasado se cumplieron 50 años. En la noche del 21 de agosto de 1968, las tropas soviéticas, junto con soldados de los ejércitos de otros países miembros del Pacto de Varsovia, entraron en Checoslovaquia y pusieron fin a la Primavera de Praga y al intento de Alexander Dubcek y algunos de los líderes comunistas checos de humanizar el régimen prosoviético del país. A principios de 1968, el conservador Antonin Novotny fue derrocado como jefe del Partido Comunista de Checoslovaquia, y reemplazado por Dubcek. Un año antes, Novotny se había dirigido desesperadamente a Brézhnev para pedirle ayuda ante la crisis económica del país y con ello poder hacer frente al descontento popular. Brézhnev miró para otro lado.

El gobierno de Dubcek puso fin a la censura y emprendió reformas: las políticas del gobierno y del partido podían debatirse por primera vez abiertamente. Anunció un plan moderado de cambios, su propósito era liberalizar sin salirse del marco del Estado marxista-leninista; no propuso una revisión revolucionaria de los sistemas políticos y económicos. A medida que surgían conflictos entre quienes pedían reformas adicionales y los conservadores alarmados por lo lejos que había llegado el proceso de liberalización, Dubcek, entre dos corrientes, luchaba por mantener el control.

Los líderes soviéticos estaban preocupados por los acontecimientos. No se habían olvidado del levantamiento de 1956 en Hungría, temían que si Checoslovaquia llevaba demasiado lejos las reformas, otros estados satélites en Europa del Este podrían seguirlo. El resultado sería una rebelión generalizada contra el liderazgo de Moscú en el Bloque del Este. Existía, además, el peligro de que las repúblicas soviéticas más occidentales Ucrania, Lituania, Letonia y Estonia demandasen también una liberalización. Moscú decidió entonces intervenir para imponer un gobierno prosoviético en Praga.

La invasión del Pacto de Varsovia del 20 al 21 de agosto pilló a Checoslovaquia y gran parte del mundo occidental por sorpresa. La Unión Soviética había movilizado sus tropas, junto con las de Hungría, Polonia, la RDA y Bulgaria con la excusa de unas maniobras militares del Pacto de Varsovia. Estas fuerzas invadieron rapidamente Praga, y tomaron el control de otras ciudades importantes, enlaces de comunicación y de transporte. Conscientes de que Estados Unidos estaba demasiado ocupado con Vietnam y de los tibios pronunciamientos sobre los conflictos del Bloque del Este, los soviéticos llegaron a la conclusión acertada de que los americanos condenarían la invasión pero no intervendrían.

Aunque la represión soviética contra Checoslovaquia fue rápida y se saldó con éxito, la resistencia a pequeña escala continuó durante principios de 1969, mientras Moscú pugnaba por instalar un gobierno estable.Finalmente, en abril de 1969 los soviéticos obligaron a Dubcek a dejar el poder en manos de un estanilista. En los años que siguieron, el nuevo liderazgo prosoviético reestableció la censura gubernamental y los controles para impedir la libertad de movimiento, pero también mejoró las condiciones económicas eliminando una de las causas el estallido revolucionario. Aquello por lo que Novotny había clamado antes de producirse el aplastamiento. Checoslovaquia una vez más se convirtió en miembro cooperativo del Pacto de Varsovia.

La invasión soviética de Checoslovaquia sirvió para justificar el uso de la fuerza que más tarde Moscú emplearía en Afganistán. Impuso la llamada doctrina Brézhnev, pero sólo sirvió para aplazar la fragmentación del bloque comunista.