El miedo es la piel de los fantasmas. Se adhiere sobre los inocentes con la febril intención de las sanguijuelas, y no los libera hasta agotar hasta la última gota de cordura. Es la epidemia endémica del ser humano que se extiende a ras de suelo, infectando por doquier a pueblos y ciudades, apilando los cuerpos de sus víctimas en sendos carromatos de sinrazón con los que destruye el territorio de la verdad y la paz.

A mitad del siglo XIV, Europa se ahogaba en una ciénaga. La peste bubónica helaba los corazones de los hombres en un charco de terror e ignorancia. Reyes y campesinos, príncipes y ganaderos, señores feudales y siervos de la gleba. Todos caían bajo las implacables garras de unas míseras pulgas de ratas que habían viajado desde Asia en el tejido de algún comerciante ajeno a su fatal mercancía. Europa se despoblaba en una sangría desconocida que aterrorizaba los barrios, las aldeas, los castillos y los ejércitos. Se perdió la confianza en el vecino y, por si acaso, sin saber aún que el origen se hallaba en unas picaduras de pulgas, se quemaron establecimientos judíos sospechosos de ser los causantes de la calamidad.

La crisis del 29, importada de Estados Unidos, sorprendió a Europa en los años treinta. Mientras se bailaba charlestón y claqué en los cabarets de París y de Berlín, una sinuosa sombra se arrastraba bajo el brillo del charol y las lentejuelas. Nadie supo distinguir, como seis siglos antes, a las ratas que se alimentaban de la desolación que genera el paro, la inseguridad y la injusticia social. La inoperancia y el egoísmo de Europa desvió la mirada entonces, y el discurso fácil que convence al miedo, junto a los símbolos vacíos que lo ensalzan, convenció a los desesperados convirtiéndolos en un ejercito despiadado que asoló las naciones. La peste volvió a sangrar a Europa.

Aún no ha pasado un siglo y el miedo vuelve a instalarse en el viejo continente. Diez años después de la caída de Lehman Brothers iniciando la crisis de las hipotecas subprime, la desesperación ha recuperado su lugar común. Se han colmado los silos de injusticia y desequilibrio, y más abajo del grano podrido comienzan a escabullirse las ratas repartiéndose ágilmente el territorio mientras los ineficaces gobiernos de Europa discuten el modo de gobernar sin tomar decisiones por miedo a perder los votos de los incautos.

Somos testigos de su avance en Francia, Italia, Austria, Hungría, Holanda, y ahora también Alemania y Suecia. La antigua, sabia, civilizada, tolerante y sufrida Europa está perdiendo el cetro en favor de una ultraderecha que avanza sin control otorgándose el discurso vacío del miedo. La mayoría de los gobernantes actuales imitan la desidia de aquellos que en su día permitieron el siniestro avance de la cruz gamada, quienes restaron importancia a las palabras y argumentaron que tan sólo eran muestras de un nacionalismo que glorificaba la unión y el trabajo de los más desfavorecidos. Luego vinieron las humillaciones públicas, los gritos, los cristales rotos, la quema de libros y el holocausto.

La peste avanza de nuevo por Europa sin que nadie señale a las pulgas que la contagia. Debe ser más costoso prevenir que enterrar a los muertos. La nula toma de decisiones frente a la desdicha, la inseguridad, la falta de trabajo, la incultura y el desequilibrio alimenta a las ratas que corretean hambrientas entre los suburbios que ha despreciado la política. El juego de tronos europeo discute confiado en las fronteras de su territorio, ante el silencioso avance de los nuevos caminantes blancos.