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Billete de vuelta

La ministra pinina

El presidente del Gobierno ha entrado remangado en el otoño del patriarca: del árbol de Moncloa se le van desprendiendo ministros como si fueran guindas u hojas secas de un bosque caducifolio. Ya van, en poco más de cien días, un par de carteras que se han quedado sin donuts, pero puede que se cumpla la regla pesimista del no hay dos sin tres, a la vista de las grabaciones a la titular de Justicia, que ha sido pillada como un pinín de la misma forma en que jueces y fiscales cazan a veces a delincuentes y mafiosos lenguaraces: echando mano de una grabadora. Cuando Dolores se llamaba Lola, como en la letra de Los Suaves, frecuentó, a lo que se ve, amistades peligrosas, de las de no tocar, peligro de muerte, como cantaba Cristina del Valle. No puede uno quedar a mantel puesto con el excomisario Villarejo y pensar que no le van a salpicar restos de detritus de la suela del zapato de quien tomaba el té en el laberinto de las cloacas del Estado. Un buen amigo comió un par de veces, en un conocido restaurante de Madrid, con Villarejo y dos o tres personas más. La estampa que relataba de la sobremesa cabía en el calificativo de sublime: el agente tomaba asiento y depositaba sobre la mesa cuatro o cinco teléfonos: uno para el caso tal, otro para el caso cual... todos asuntos de portada de la prensa nacional. Mi amigo, cándido en aquella mesa de truhanes, preguntó a Villarejo que a qué se dedicaba. «A mí me encargan pruebas para meter a uno en la cárcel, y las doy. O que las busque para sacar a otro del trullo, y lo hago». Algo así le contestó y se quedó tan fresco. Tal como a mí me lo contaron, así lo cuento, para que se hagan una idea de la catadura del personaje.

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