Desde el famoso primer megamitin de Vox en Vistalegre estáis como locos. Se llenó la plaza de toros madrileña, se quedó gente fuera, salió en todos los medios y en los bares no se hablaba de otra cosa. Salieron Abascal, Morante, Sánchez Dragó, Ortega Lara, Ortega Smith y tanta gente que se posiciona de forma clara en este polarizado mapa electoral. La polarización no es mala.

No es malo que haya posturas encontradas, no hay nada de malo en confrontar ideas, en debatir, en decidir entre todos qué postura es mejor. Podemos hablar de que el problema que existe es que en España no estamos acostumbrados a tener tanto donde elegir desde la izquierda hasta la derecha, ultras incluidos.

Pero tener miedo a Vox o por Vox es no haber rascado lo más mínimo. El Vox de hoy, no sé el de mañana, no tiene estructuras, no tiene bases con las que surtir unas listas creíbles. Y digo el Vox de hoy porque este mismo proceso lo pasaron Ciudadanos o Podemos en las precampañas de las Europeas. Aquel mayo se encontraron con una representación inesperada.

Tener miedo a Vox es ciertamente lógico. Si las estructuras de PP o PSOE están conformadas por personas de contrastada experiencia política, y las de Podemos o Ciudadanos están formadas por una segunda capa de personas que han entrado en política: algunos, brillantes; otros, la nada, la estructura de Vox podrá crecer desde una tercera o cuarta esfera.

Eso implica que quienes se adhieran o se hayan adherido a Vox serán resabiados de otros partidos, se harán llamar defraudados, pero serán buscavidas; también arribarán españoles con ganas de encontrar su hueco en la política, no lo dudo.