La creatividad tiene el mecanismo de una cafetera: molemos las ideas, ponemos un líquido (tinta, óleo) y nos calentamos la cabeza para que poco a poco, por medio de la ebullición se mezclen las ideas y el líquido hasta que surge una bebida aromática y maravillosa. Como formas diferentes de preparar y tomarse un café, así son las manifestaciones artísticas y literarias, que reflejan la personalidad de quien las crea y el gusto variadísimo de quienes las reciben. Desde las primeras manifestaciones que encontramos en las cuevas prehistóricas a las sofisticadas videoinstalaciones, la esencia es la misma: mezclar, generar, compartir.

En el universo creativo, hay quienes se manejan con soltura en el riesgo y la combinación. Lo viven con naturalidad y lo experimentan con la decisión de quien parte a una zona ignota, de esas que en los mapas antiguos se dejaban vacías en espera de que alguien se aventurara a cartografiar aquello a lo que nadie le había puesto nombre. Son viajes en los que la emoción y la sorpresa ya están presentes en el mismo momento de comenzarlos y en los que no se sabe qué va a ocurrir. Y puede pasar que se vuelva de ellos con las manos vacías o con tesoros nunca vistos.

Uno de estos exploradores incansables se llama Jonatan Santos. Atraído desde siempre por el arte y la cultura, su trayectoria vital no deja lugar a dudas sobre su personalidad inquieta: modelo, actor, escritor, gestor cultural, tallerista, pintor. Infatigable y descarado, su producción es difícil de clasificar y fácil de disfrutar: Jonatan Santos acomete con alegría la labor de analizar el mundo que le rodea a través de un caleidoscopio de técnicas y herramientas que maneja con atrevimiento y honestidad. Lo sincero y lo humano es fundamental en su obra, teñida unas veces de tristeza, otras de ironía, siempre de una belleza compleja, de múltiples interpretaciones. En sus dos libros publicados hasta la fecha, Melodía para insomne y Las mujeres que fui, se puede reconocer lo que digo al respecto. Dos libros que no entienden de modas, porque él va más allá, entrando por derecho y riesgo propio en la autenticidad, esa habitación con ventanas al interior y paredes de cristal. También ha brindado muestras de su talento en los libros colectivos Criaturas creativas y Relatos de pasión y en colaboraciones con revistas, fanzines, actividades culturales y varias cosas más que me dejo en el tintero por aquello de colocar unos visillos de misterio sobre la puerta de entrada a sus creaciones.

Ahora Jonatan Santos (o Santos Moreno, su heterónimo, como él mismo explica en su blog, «por razones de mantener siempre a mis dos creadores») nos sorprende con la segunda parte de un viaje que realizó hace unos años con sus Libros colgados, una deliciosa colección de lienzos en los que los poemas y textos están mecanografiados (sí, con una máquina de escribir) y acompañados de ilustraciones en que el cuerpo humano (la piel, los huesos) está presente a modo de metáfora directa de la existencia. En esta nueva exposición, Jonatan Santos ahonda en la apuesta llevándola aún más allá y, tras admirarnos con la feliz ocurrencia de unir pintura y texto, de hacer de un lienzo una página de un libro y de un libro un cuadro, profundiza en el concepto y nos ofrece una visión más madura e inquietante de sus obsesiones. Literatura pintada, dibujos escritos, que han nacido con la promesa de no dejar indiferente a quien los contemple.

Por si fuera poco y en un alarde de metaliteratura, la exposición tiene lugar en la librería Proteo, un espacio necesario y abierto a la inspiración. La nueva edición de los Libros colgados estará a nuestra disposición a partir del lunes que viene en la planta baja de la librería, para mostrar que hay viajes y viajantes que navegan por los mares de lo nunca visto.

Os invito a que os paséis por la librería Proteo y conozcáis a una de las personas más originales de la galaxia cultural malagueña, pues Jonatan Santos se busca, se pierde y se encuentra para volver a buscarse de nuevo, sin mirar donde pisa, atreviéndose a volar. A ser él mismo.