La tripulación percibió con nitidez aquellos destellos repetidos que iluminaban el cielo nocturno; sin embargo, los interpretaron como fuegos artificiales y no como una señal de auxilio. A fin de cuentas, allá de donde provenían esas bengalas siempre están de fiesta, pensaron. De ese modo, la tragedia desencadenada siguió su curso.

Pero oigan, no sean malpensados. No habrán creído que me refería al revuelo formado por el espectáculo pirotécnico lanzado desde el puerto de Málaga para despedir al buque de pasajeros Marella Spirit, ¿verdad? Seguro que lo recuerdan: media provincia convaleciente de las lluvias catastróficas del pasado fin de semana (incluida la muerte de un bombero en acto de servicio) mientras estallaban unos cohetes cuyo permiso, previamente concedido, ninguna autoridad consideró oportuno reconsiderar.

Pues no, qué va. Hablo aquí del ya lejano naufragio del RMS Titanic en las frías aguas del Atlántico norte. Mientras las negras aguas se tragaban al barco y a buena parte de su tripulación y pasaje, el vapor SS Californian navegaba en las inmediaciones, ignorando las múltiples llamadas de auxilio de la otra nave en apuros. No solamente las luminosas; también sus SOS, por entonces flamante señal de auxilio en código Morse que a veces se ha querido interpretar como Save Our Souls, «salvad nuestras almas».

La justicia fue benevolente con Stanley Lord, capitán del Californian: no se consideró que su pusilánime proceder fuera constitutivo de delito alguno. Aunque, tecnicismos aparte, otra cuestión es la manera en que juzgaron sus compatriotas semejante insensibilidad hacia la desgracia ajena; Lord fue despedido de la naviera y durante buena parte de su vida arrastró el estigma social de tener un alma insensible.