Susana Díaz Pacheco, sevillana del 74. Madre. «Mi hijo va a odiar las campañas electorales», le decía el otro día a este cronista en los pasillos de la sede de La Opinión de Málaga. Tal vez por eso lo ha incorporado en los últimos días al autobús de campaña. Y ha dejado que lo fotografíen. Lo veía venir tal vez. Y por eso necesitaba todo tipo de márketing político. Susana Díaz. Batacazo. El peor resultado electoral del PSOE. Triunfo, pero amarguísimo. Sombras sobre su perfil y futuro político.

Hija y sobrina de fontanero. Matrimoniada en 2002 con José María Moniche, empleado de librería. Vive en Triana, cerca de sus progenitores. La política (aunque le dedique sus escasos ratos de ocio a la Semana Santa, el fútbol y el tapeo) es su pasión, su entrega y su profesión conocida y ejercida desde temprana edad. Ya pasó a la historia hace unos años: por ser la primera mujer que presidió la Junta de Andalucía. Aunque le costara ochenta días de desvelo. Ahora pasará por perderla. Desvelos. En efecto, duerme poco, escucha bastante. Aprende rápido. Sacó Derecho, se esforzó en tapar algunas lagunas intelectuales. Leyó y lee, ve cine y serie. En algunas noches, echando también un ojo a Twitter. O comiendo ese queso blanco que tanto le gusta y que a veces adquiere en el mercado malagueño de Atarazanas. Exhibió desde adolescente desenvoltura importante en lides orgánicas e internas de partido. Está bregada. Su derrota en las primarias del PSOE a manos de Pedro Sánchez la bregó aún más y le proporcionó un aterrizaje en la realidad forzoso.

Conoce el PSOE. A los diecisiete años ya zascandileaba con éxito en las Juventudes del partido. Esto le hizo conocer las tripas y el corazón, también el cerebro, de la organización que ha mandado los destinos de la región desde hace casi cuatro décadas. Fue luego secretaria provincial del poderoso PSOE sevillano, donde tantos históricos del partido, también a nivel nacional, Alfonso Guerra entre ellos, templaron sus primeras armas políticas. Sus primeras y sus sucesivas. De ahí saltó a la ejecutiva regional, sita en la muy célebre, en los cenáculos políticos, calle San Vicente, una suerte de Ferraz en (no tanto) pequeño. En 2010 asumió la secretaría de organización del PSOE andaluz. Mientras, su carrera institucional en paralelo. Concejala delegada de juventud y empleo en el Ayuntamiento de Sevilla (1999-2003), así como teniente de alcalde de recursos humanos y del distrito Triana-Los Remedios, el suyo de toda la vida. Entre 2004 y 2008 fue diputada al Congreso de los Diputados en Madrid. Fue esta una de sus experiencias decisivas. Para conocer a líderes de otras tendencias y de otras familias del socialismo, para salir de la burbuja sevillana.

Para foguearse aún más. Y se produce el regreso a la política regional. En 2008 fue elegida parlamentaria en la Cámara autonómica. En 2012 asciende a consejera. Presidencia. Un lugar donde mover los hilos, coordinar las consejerías, repartir ayudas, visitar y ser visitada por popes políticos, sociales y económicos de las ocho provincias. Con intervención y control directo de las políticas de Igualdad, uno de sus campos de acción más queridos. Ya apuntaba no maneras, sino todas las maneras. En sus intervenciones en asociaciones de vecinos, agrupaciones de partido, comisiones parlamentarias. No por su sólida formación, sí por su sólida convicción y dialéctica y por ser implacable. No sólo con el adversario de otro partido. También se ha mostrado despiadada si ha hecho falta con sus enemigos en las cuitas internas del partido. Las capas dirigentes del PSOE en las provincias le profesan lealtad perruna. En buena medida porque ella ha ido maniobrando para que así sea y porque ha ido colocando fieles peones.

Griñán la señaló y ella ascendió al trono de la Junta pero siempre sintió al principio una cierta ilegitimidad, que no dudaba en confesar y comentar con su círculo político más cercano. No es que no hubiera pasado por las urnas (esto no es un sistema presidencialista) sino que tenía clavada la espina de no haber sido la cabeza de cartel nunca. Necesitaba serlo. De cara a su partido, a la sociedad y a ella misma. Al fin lo fue en 2015.

Luego llegó la citada aventura «federal», las primarias contra Pedro Sánchez. Tras la derrota inopinada abordó un profundo cambio personal y físico, se reconcentró, sumó fuerzas, contó lealtades y volvió a coger las riendas de la política andaluza. Díaz se ha ganado los elogios frecuentes de Felipe González y de otros históricos del socialismo que estaban, ay, convencidos de haber encontrado en ella a una líder para mucho tiempo y plagada de virtudes. No está nada claro ya eso. Es con ese socialismo español, andaluz, ligeramente federalizante pero sin entusiasmos, en el que ella se siente más cómoda. Esa suerte de españolismo andalucista que para los pies al catalanismo cuando quiere consagrar un sistema asimétrico y, por tanto, con privilegios de unas regiones sobre otras. Cuando se posiciona contra eso recibe los parabienes de la prensa madrileña más conservadora. Queda blindada para un tiempo porque los ataques de ese periodismo no llegan. Al menos por ahora. Es partidaria de formar gobiernos muy políticos, con gente del partido de toda la vida. Ese es el esquema que ha utilizado también para los delegados provinciales. Le encanta hablar de política cuando toma un vino con aceitunas en algunos de los bares de tapeo del centro de Sevilla. El reposo no va con ella, pero procura reservarse la tarde de los domingos para pasear tranquilamente con su pareja, ir a ver una película o montarse el cine en casa. Ha cambiado muy poco de hábitos. No perdona acudir una vez cada diez días, como máximo, a Madrid a sentar cátedra o a protagonizar uno de esos desayunos informativos que tanto gustan en la Corte, aunque esta costumbre tras la derrota en primarias la ha frenado un tanto. O simplemente acude a alguna tertulia televisiva nacional de esas que luego marcan la agenda casi todo el día. Las chaquetas rojas le traen suerte. Tiene decenas de camisas blancas. En esta campaña se ha envuelto en la bandera blanquiverde patrimonializando un tanto el concepto Andalucía. Andalucía soy yo, le ha faltado decir en alguna ocasión. Teresa Rodríguez, líder de Andalucía Adelante, ha sido la que más le ha robado el discurso, le ha birlado el andalucismo emocional ciertamente. Puede que estos sean los peores días de su vida.