Dentro de poco tiempo celebraremos,como todos los años, las fiestas de Navidad. Pero, ¿hemos pensado en su hondo significado?

Las calles aparecen resplandecientes de luces y adornos, las tiendas se llenan de regalos, la gente se agolpa en las calles y grandes almacenes para comprar regalos a sus seres queridos, en Nochebuena las familias se reúnen en la tradicional cena navideña. Hay alegría por doquier,pero, ¿hemos pensado en su raíz?

Hace 2000 años nació un niño pobre en Belén de Judá, en un pesebre, sin apenas cobijo. Los pastores iban a adorarle, dejando al margen a los Reyes Magos que parece que fue pura leyenda.

Hoy día hemos convertido esta conmemoración en un desenfrenado consumo capitalista sin ver a los niños que nacen pobres como aquél de Belén.

Cuántos niños y adultos mueren en las pateras, ahogados en el mar, cuántos magnates atesoran millones mientras otros no tienen donde caerse muertos.

¿Podemos tranquilizar nuestra conciencia con una simple limosna? ¿No estaremos anestesiados ante el sufrimiento de tantos seres humanos, hombres y mujeres sin hogar ni alimentos, dirigentes políticos que no hacen nada por remediar situaciones injustas?

Mientras Jesús de Nazaret no vuelva a nacer hoy en nuestros corazones, mientras esto esté ocurriendo ante nuestra pasiva mirada de indiferencia, por muchos adornos y luces que adornen nuestras ciudades, todo será un estrepitoso fracaso. Lo único que es, a mi juicio, el auténtico espíritu navideño es el amor, en especial a marginados, enfermos, pobres y pecadores.

Para concluir, recuerdo a Lucas cuando cita las palabras de Jesús que dicen: «Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos, y serás bienaventurado porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».