Escribió Baruch Espinoza que Dios era la infinita red de determinaciones causales que genera cada realidad concreta. Pues bien, Dios, según su propia esencia y naturaleza, ha querido que hayan coincidido en el tiempo varias circunstancias que, dentro del caos general en que ha venido en constituirse nuestra Nación en estos tiempos, conceden un cierto hálito de esperanza frente a tanta insensatez.

El título que da nombre a estas líneas hace referencia a la edición del Epistolario de Alberto Jiménez Fraud, publicado por la Fundación Unicaja y la Residencia de Estudiantes. Ello después de un largo camino que abarca desde el Cuaderno de Natalia, hasta La palabra pintada y la compra de los manuscritos Machado, como una apuesta firme y decidida por el mundo de la Edad de Plata. Porque lo que, en cualquier otro momento hubiera sido solamente una efemérides histórica, o un regalo para bibliófilos, en estos meses aciagos de procesos disparatados, presupuestos generales que se convierten en supuestos especiales, aspiraciones a independencias catastrales, declaraciones altisonantes de supremacía racial, vendedores de libros erigidos en salvadores de patrias inexistentes y portaestandartes de orgullos irredentos, templos de soberanía mariana que esconden las más bajas pasiones y habitantes de Lilliput que quieren ser Gulliver, se convierte por todas estas razones en un rayo de esperanza.

Un rayo de esperanza

En efecto, y lo escribo con orgullo, la lectura del Epistolario de D. Alberto Jiménez Fraud es un gozo para la mente, un refresco para la turbiedad y un sentimiento incontenible de alegría, que mitiga la nostalgia y la melancolía de unos años perdidos, dilapidados, anulados y esquilmados en absurdas, mutables, inútiles y disparatadas leyes de educación, promulgadas por los diferentes gobiernos que se han sucedido en España. Y es un rayo de esperanza porque ahí está la solución a todos nuestros problemas, a nuestros males, a nuestra falta de educación, adecuación y civismo nacionales.

Leer que lo que los nuevos gerifaltes de Andalucía, que parece que fueran los mismos que antaño (es decir, anteayer), proponen como remedio a nuestra privilegiada situación académica como el furgón de cola en la agonizante Unión Europea, es simplemente ayudar y apoyar en verano a los suspendidos en matemáticas e inglés, produce pánico.

Vamos a ver, señores, la educación no es una cuestión de apoyos, ni de asignaturas, ni de remedios temporales, ni de esparadrapos y tiritas. La educación es lo más importante en la vida de una nación, lo que forja y forma al ser humano, al ciudadano, al hombre. A la persona que tiene unos derechos y obligaciones irrenunciables, propias, inalienables. El ser humano es único, irrepetible, individualizado y tiene derecho a exigir una educación integral, una formación en todos los campos del saber, porque en función de lo que se le conceda, enseñe y eduque, va a tener que responder con las obligaciones que ello trae consigo. Educar en libertad y para la libertad. Pero también para las obligaciones y los deberes que el vivir en comunidad trae consigo.

Todo esto que estoy escribiendo tiene que ver, por supuesto, con el título de este escrito, con la publicación del Epistolario y con la figura de D. Alberto. Es que detrás de todo ello está la Residencia de Estudiantes y la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios. Detrás está todo un programa educativo para unas élites, pero también para un pueblo. Un programa integral de educación cívica y humana. Y detrás Giner de los Ríos y toda la pléyade de grandes españoles, que amaban desmesuradamente a su Patria, la nuestra, porque amaban a su pueblo. No hay que buscar nada más. Ahí está todo. Apliquen, señores gobernantes, ese programa. Pero antes, lean, estudien, instrúyanse. Y después dicten normas. Gobiernen. Porque todo ello está plenamente vigente y es perfectamente aplicable y factible. Solo hay que intentarlo, empeñarse y llevarlo a cabo. No hacen falta tantos ordenadores.

Enséñenles a ser seres humanos, responsables de sus actos, conscientes de sus derechos, pero también de sus obligaciones. Esto, que hoy en día puede sonar como lugares comunes a algunos de mi edad, sé que a otros muchos puede que le parezcan afirmaciones ingenuas, cándidas y hasta surrealistas. Pero estoy convencido de que es la única salida que hay. Lo que Jiménez Fraud repetía incansablemente.

Miren, es muy fácil. Lean a D. Alberto. Lean Ocaso y restauración, lean Selección y reforma, lean La ciudad del estudio. Lean a fondo lo que un hombre escribió en la soledad del exilio, mientras caían bombas alemanas sobre Inglaterra, no se quitaba el abrigo porque no había calefacción, cenaba tortilla de lechuga y soñaba con su amada Patria, a la que ya entonces sabía que difícilmente iba a volver, a pesar de que el único mal que había cometido era ese precisamente: ser un hombre honrado, digno e insobornable.

Jiménez Fraud es un hombre con el que España y, especialmente, Málaga están en deuda. En deuda ejecutable. Una figura de una entereza, una integridad moral, una bondad, una cultura y una inteligencia, como solo los elegidos por el destino y los dioses poseen. Hay muchas formas de pagar esa deuda, aunque no creo que nadie esté dispuesto a la generosidad. Pero existe una forma muy simple y barata de pagar esa deuda: estudien su obra, lean sus escritos, miren su ejemplo. Y los de sus compañeros, muchos de ellos malagueños de nacimiento, o de adopción, Giner de los Ríos, su maestro, Fernando de los Ríos, Prados, Altolaguirre, Hinojosa, Aleixandre, Orueta, Moreno Villa, tantos y tantos, la mejor España. Ni el 27, ni la Residencia, ni la Institución serían concebibles sin Málaga. Aplíquenlos, llévenlos a cabo, pónganlos en vigor. Hasta en sus propias vidas. El ejemplo, como la caridad, empieza por uno mismo.

Proyecto común

Esto no tiene nada que ver con colores políticos, sino con dignidad y decencia. Con sentirse parte integrante de un proyecto común. Aunque cada vez menos, aún hay mucha gente de derechas que piensa que a un pueblo se le emociona con la cuenta resultados. Y mucha gente de izquierdas que no se atreve a decir que son españoles. Es un problema de profunda incultura. De abierta ignorancia, De cerrada razón. Jiménez Fraud se inspiraba constantemente en la figura de Alfonso X. Siempre y en todo momento. Por eso escribe, sin problemas, ni complejos, remedando al rey «desde el toledano palacio de Galiana, donde nació, el Infante Alfonso adquiría una visión imperial de Castilla. Ya no era Castilla, era España; España, paraíso de Dios. España abundada, sabrosa, lozana, provechosa, segura, alegre, folgada, rica, briosa, alumbrada y cumplida. España sobre todas adelantada en grandeza». Por eso, tenía razón su hija, mi querida Natalia, cuando decía «mi padre nunca estuvo en el exilio». Llevaba a España en el corazón.

Cierro citando de nuevo al judío español, Baruch Espinoza: «Ser es hacer y hacer es saber».

* A Natalia y Margarita Jiménez