En la secuencia crimen-misterio-descubrimiento hay siempre la liberación de una tensión, pero, según el caso, también algo más. El crimen de Llanes deja la tranquilidad de que el mundo de las series no ha logrado aún imponerse al mundo real. Quizás los que imaginaron un trasfondo político eran demasiado adictos a las series, que pueden trastornar a uno (como otras avant la lettre, los libros de caballerías, trastornaron al caballero Quijano). En España, por ahora, las intrigas políticas, por sazonadas que pudieran estar de intereses, no matan. Tranquiliza saberlo, digo, aunque desazona que siga tan vivo y mortal el genio patrio de los celos. Así que apenas nos hemos movido del profundo Sur regido por la arcaica sentencia (cambiando pronombre) «lo maté porque era mía». Tremendismo siciliano, al fin, aunque el Regidor, enajenado por las series, errara clamorosamente el tiro.