Este miércoles pasado, 27 de marzo, se celebró el Día Mundial del Teatro. El Ayuntamiento de Málaga, siempre tan sensible en asuntos de alta cultura, decidió sumarse a los fastos mediante una original representación. ¿Es una comedia? ¿Es una tragedia? Es una tragicomedia.

El actor que representa el papel de alcalde se yergue sobre las tablas, tensa los músculos y ensaya una mueca de dolor mientras exclama con voz desgarrada, dirigiéndose a la parte alta del corral de comedias, a la galería: «¡Villa Maya! ¡Villa Maya! ¿Cómo ha podido ocurrir? ¡Yo no sabía!» El coro le lanza un dedo acusador: sabías. El acusado: Ningún técnico o asociación me dijo nada. El coro: Qué bien mides tus palabras, truhan. Quizás ningún técnico o asociación, pero sí particulares y concejales de la oposición.

El actor baja la mirada, contrito. Alza de nuevo los ojos hacia la galería, mostrando sincero arrepentimiento, y afirma con convicción: pondré una plaquita. El coro clama: ¡Insuficiente! Replica el acusado: Le daré la Medalla de la Ciudad a Porfirio Smerdou. El coro: ¡Insuficiente! El acusado: Hablaré con los propietarios, a quienes yo mismo concedí licencia de demolición de Villa Maya y licencia de obra mayor para chalet con piscina. ¡Les pediré que renuncien a sus legítimos derechos! Estas últimas palabras se pierden en la sala mientras el telón se cierra y el público pone cara de póker.

Hay un segundo acto. Dramatis personae: los concejales cuyo partido sentenció desde Sevilla la demolición del palacete de los Condes de Benahavís. Con los escombros camino del vertedero, gritan (mirando a la galería): ¡Salvemos La Mundial! Es demasiado para los espectadores, que abandonan el gallinero antes de que acabe el acto.