La Semana Santa se presta poco al cambio. Una tradición centenaria que, de cuando en cuando, cambia para parecerse más a la Semana Santa del pueblo de al lado. Los cofrades, poco transgresores, tratan o tratamos de mantener una cierta capa de rancidez que otorgue a nuestra historia un halo de costumbrismo basado, muchas veces, exageradamente sobreactuado. Es lo que tiene€

Las artes en torno a las cofradías tienen unos parámetros muy sencillamente acotados: poca innovación, mínimos cambios, en todo caso una pequeña vuelta de tuerca, pero todo tiene un antes. La originalidad pasa de un detalle vegetal a otro; de una flor a otra; de un dragón a un águila. Pero hay poco margen.

Hay pocos revolucionarios, por eso, a poquito que uno tenga una formación distinta que todos los capillitas toca teclas diferentes. Teclas que pueden herir sensibilidades por un cambio radical; o teclas que pueden hacer que la melodía de lo cofrade suene mejor.

Así se presentó hace años Pepe Gómez (podéis ver buena parte de su obra en Twitter: @pepefotografia2), un tipo que vino a modificar el punto de vista con el que ver las clásicas fotos cofrades. Quitó color, movió el foco, se fijó en los detalles en los que no se fijan los cofrades. Y punto. Tan sencillo, tan difícil.

No es un fotógrafo cofrade al uso porque no es cofrade. Es otra cosa, otro estilo, otra definición. Y nos gusta, aunque haya quien no lo entienda en el submundo cofrade inmovilista.