Los denunciantes del atroz golpe de Estado registrado en Cataluña se han proclamado defensores del elegante putsch ejecutado por Juan Guaidó en Venezuela. Allí no hay miradas de odio, ni imprecaciones soeces a las fuerzas del orden. El asombro ante el éxito planetario de subproductos como Juego de Tronos no se debe a que promuevan la crueldad primitiva, sino a que ni la más delirante ficción iguale la brutalidad de la conquista contemporánea del poder.

Los detectores de tuits inadecuados en la violenta Cataluña, favorecen sin embargo la vía eslovena para la reconquista de Venezuela. Qué importarán unos riachuelos de sangre, si se trata de restaurar los valores eternos. Con un ministro de Defensa que por obligación debía apellidarse Padrino López, no se trata de devolver a los militares caribeños de la corrupción a la democracia. Al contrario, se les garantiza que en la nueva etapa se verán exentos de la investigación de sus tropelías, y además podrán continuar con la explotación a cara descubierta de las riquezas del subsuelo.

A la hora de la verdad, y de nuevo al igual que en las teleseries ensangrentadas, Trump se convierte en un socio preferente por si se necesita ahondar en la vía eslovena hasta el punto de requerir de artillería de precisión. Nicolás Maduro no es más detestable que la mitad de los jefes de Estado del planeta. Simplemente, le ha llegado su turno, y nunca faltarán los defensores estilísticos de responder al despotismo con un salvajismo de mayor gradación. Sadam y Gadafi también fueron agasajados por su gremio, con especial fruición en España, antes de verse condenados a la pena de muerte por crímenes alentados por sus propios verdugos. Desde Webber, el Estado es "la comunidad que logra imponer el monopolio de la violencia en un territorio". Y si no consigue monopolizar la fuerza, pues que pase Eslovenia.