The game is play. El juego es jugar. En grupos, con curiosidad y suspicacia quienes no creen en la felicidad de tener un avatar, y con rápidos golpes stun y bugeando con ventaja quienes manejan los códigos del videojuego. Estoy seguro que esa era la idea con la que el chamán de la Fundación Santillana, Basilio Baltasar, soñó el V Congreso de Periodismo Cultural de Santander. El foro que nació para analizar la precariedad de un sector periodístico, de cuyos males enseguida se ha olvidado el propio gremio, ocupado en sobrevivir en nichos de alambre, y que sucesivamente ha ido debatiendo acerca de enriquecedores temas como la diplomacia cultural, el big data analytics o las fake news y las redes sociales. Esta última edición eran los entornos virtuales de la narrativa pixelada El tema en boga de una industria que presenta universos complejos y personajes icónicos, a los que se rechaza o con los que uno se identifica, sujetos a mecánicas narrativas procedentes de los mitos, de la literatura, del cine, del cómic y de las series televisivas. Productos con más de 2.300 enganchados y un volumen de negocio de 130 mil millones de dólares. Imposible no vender el lleno a un debate del que aprender compartiendo enfoques y dudas, y del que salir dispuestos a probar un mando ergonómico con dos joysticsks y a descubrir, en el caso de la comunidad gamer, la profundidad literaria de los clásicos de los que nunca se deja de encontrar provechosos matices.

La partida fue otra. El salón de actos del Centro Botin -una pantalla en sí misma por cuyo interior cruzan los barcos como bellos fantasmas de llovizna lenta- se convirtió en pantalla también de un interminable duelo de arquetipos. Los buenos, los malos, los chamanes, la guerrera heroína, los sanedrines de la industria, los rebeldes con causa, los paladines de la ética y sus transgresores, los guais de la modernidad, y aquellos que toman en silencio lo que hay detrás de las palabras para instruirse acerca de una práctica que no por no haberle seducido ha de ser mala. Igual que por no adentrarse en ella uno no ha de ser descatalogado de la realidad on fire . Era y es importante saber acerca de la nueva jungla en la que uno se aventura a lo desconocido como los descendientes postmoderno del capitán Grant, sin darse cuenta de que nos roban los datos; que se nos inculcan ideología; que se despenalizan las tipologías de la violencia y los tópicos sexuales indestructibles. El videojuego creando un nuevo paisaje cerebral al que moldear con guante invisible para inducir, formatear y analizar formas de tomar decisiones en la pantalla con opción a provocarlas en una realidad interesada. El debate se fragmentó enseguida, y así continúa, entre los que están a favor, los que están en contra y los que prefieren tener más información y dejar al margen la testosterona, sea intelectual o de avatar. Las noticias del frente se sucedieron con escaramuzas entre haters y sujetos filosóficos; discrepancias sobre las adiciones de la pantalla; tolerancias del hard ; éticas preventivas para la infancia y su precocidad jugadora; la riqueza de las aventuras conversacionales; las rebeliones contra las normas; el influjo de peligrosas didácticas de conductas de juego; la ambigüedad entre catarsis sexuales o sueños oscuros; el problema de las apropiaciones culturales; las geopolíticas que esconden; la confusión entre cresta de la ola y la búsqueda de nuevos imaginarios del relato de los relatos de la naturaleza humana, sus obsesiones, sus adversidades a superar, los universos en los que erigirse colonizadores.

Dos intensas jornadas bajo la lluvia verdiplata de Santander -en las que escuché cuestiones sustanciosas que me han movido a explorar sobre el tema- con un final de partida en tablas entre apocalípticos e integrados. Ese lugar común que nos persigue en tantos asuntos de los que continuamos siendo rehenes. Unos hubiesen preferido un cierre propio del célebre game Fortnite, y otros un discurso intelectual con más altura, exigido desde sus posiciones y edades. Otra antigua pugna sustentada por la querencia juvenil de apartar a la anterior generación para ocupar su sitio, obviando trayectorias, experiencias, méritos, y sobre todo conocimientos. Esas otras cualidades tan devaluadas actualmente en el videojuego económico de las políticas empresariales. La batalla en éxtasis duró de mañana y de tarde. En corros y en watsapp. Cada cual entre el asombro, los hallazgos, lo divulgativo, las reflexiones, y el empoderamiento feroz de los fieles a los postulados de Naomi Alderman «una novela puede contarte sobre el triunfo de un personaje en una batalla, pero sólo un juego puede hacerte sentir orgulloso de tu victoria». Y de que cualquier individuo que en el futuro quiera considerarse como leído o culto «debe necesariamente conocer los universos digitales de los videojuegos, pues ya forman parte esencial de nuestra cultura, por lo que es imprescindible un cambio de mentalidad».

No dudo del papel transformador de la literatura digital ni de los nuevos soportes en los que ha de jugarse el desafío del talento, las innovaciones de la creatividad y las nuevas historias con las que alimentar nuestra imaginación, y la felicidad siempre fabulada. Aspectos e interrogantes que escasamente aparecieron en un debate acentuado por la poca aceptación crítica -y también de autocrítica- del exceso de tiempo inmersos en las pantallas, de si las empresas y los desarrolladores son conscientes de los valores o su falta en los argumentos, sujetos a la búsqueda de tensión, y la consecución competitiva de sus objetivos. Tampoco se profundizó en los videojuegos alternativos a los que tienen en la omnipresencia de la violencia y de la muerte su sello de best sellers. Ni en la obligación del crítico, defendida por el escritor Kieron Gillen, de excavar en el videojuego como una especie de alucinógeno digital, y que su crítica, en lugar de una evaluación superficial de su funcionamiento, busque analizar la respuesta del jugador, y lo que producen en su arquitectura mental las mecánicas que la provocan. Ni tampoco en si la clave es que juguemos como niños para que no leamos como adultos. La mayoría de los periodistas especialistas reivindicaron, en algunos casos con cierta agresividad, lo mismo que llevamos haciendo durante más años los que interpretamos y examinamos la literatura, el arte, el teatro, el cine o la danza. Más espacio, más respeto, mejor paga. Un horizonte más que razonable que en muchos casos ni siquiera se consigue siendo de los mejores.

Hay quienes opinan que cuando el debate sube el tono de la polémica y provoca resaca es un éxito que deja memoria. Tal vez lo haya sido en ese sentido este V Congreso. Después de todo, le gusta a Basilio Baltasar la provocación lúdica expresada en cada cartel elegido y su temática estratégicamente tuneada para la expectación. El cebo para lo inteligente de su fondo: debatir periodísticamente y con pasión pero siempre con elegancia y respeto -sus propias señas de identidad- acerca de todo lo divino, no tanto de lo humano, que atañe a la mirada cultural del periodismo que exige profundidad de perspectiva, conocimiento, versatilidad, espíritu crítico, compromiso, honestidad, capacidad dialéctica y posibles respuestas. Los créditos de una especialización que en este congreso han provocado llamaradas innecesarias, embriaguez de egos, exceso de escenificadores de la seducción y posteriores juicios a serios periodistas de largo recorrido, y la grosería de afirmar que la curtida edad de la experiencia supone una cortedad de miras para entender el culto a los videojuegos. Un error que espero no comparta al menos uno de los colegas generalistas especializado a quien leí antes del congreso y ahora con más decisión de saber mejor sobre este género creativo del siglo XXI.

No tengo muy claro, como muchos de ellos proclaman a lo Tzara, que la literatura y el cine estén domesticados y que sólo nos quede el universo de los videojuegos. Mantengo la importancia de subirse al árbol y de enrolarse en un libro para soñar, investigar mundos y entender los misterios de lo real. Quizá porque haya un futuro del que sea necesario escapar de lo virtual o desertar de las pantallas en las que nosotros seremos la finalidad del videojuego.

Aún así, me traje en la retina del cerebro algunos conocimientos más que interesantes sobre ciertos temas del congreso, en los que seguir indagando. Pero también. la pantalla física de una puerta de cafetería en cuyo fondo Ignacio Vidal Folch escribía ensimismado en su portátil. Una realidad con la que mancharse de literatura, de emoción y de verdad.