No consiguió el ascenso a Primera el Málaga, pero por cómo reaccionó en la derrota del último partido uno diría que su afición no ha bajado nunca de categoría. Qué grandeza. El público aceptó con generosa y honesta deportividad el resultado final, también con tristeza, y con todo eso junto, o más bien mezclado, aplaudió a su equipo desde las gradas transmitiéndole fuerza, en un abrazo sonoro y numeroso que envolvía a la plantilla en el momento más definitivo de la temporada, en la tarde más dolorosa de todas, cuando más lo necesitaban. Unos y otros. El aplauso y reconocimiento fue recíproco. Unánime. Jugaron doce.

El partido de ida ya pedía una tarde de proeza para darle la vuelta y miles de personas salieron a convocar ese espíritu por medio de cánticos, aglomeraciones, ganas y energía positiva, que trataban de proyectar a los jugadores en su camino hacia al campo. Y también luego, a cada minuto, durante el encuentro. La grada y el cielo eran blanquiazules, pero no importa lo fácil que se lo pongas, o lo mucho que lo prepares, la épica no acude a casi ninguna cita, ni con alfombra roja. Y ya pronto dio muestras de que no pensaba aparecer esa tarde ante los malaguistas: un gol al palo. Un palo al ánimo. Sin embargo, la afición resistía, y seguía empujando a contracorriente tratando de llevar al equipo hacia arriba. No fue suficiente. No hubo suerte o cayó del otro lado. El 0-1 pasado el minuto ochenta volvía la hazaña en imposible. Otro año en Segunda.

Por lo menos quedó claro que hay lugares donde todavía se respetan los resultados, escenarios en los que suele ganar el que más se lo merece y donde no pierde del todo el que cae vencido. Al menos aun quedan sitios, gente, personas, deportes, que nos ayudan a comprender y aprender de las derrotas.