Casi todo lo ocupa la ola de calor en la tele. El fulgor catódico es cada vez menos brillante, aburridamente ceniciento. Lo catódico se ha vuelto calórico y la apariencia de servicio público de éstas y otras informaciones exprimidas hasta lo extenuante, sumadas a otras noticias bobas y a sucesos truculentos, ya no engaña a casi nadie. Pero de vez en cuando una fotografía en un periódico trasciende la inercia y te golpea en el estómago, si aún te queda capacidad de asombro y sitio para la ternura, la rabia, la tristeza y la vergüenza. Esa foto o un mensaje en alguna red social como éste: «Señor presidente, le quiero pedir de favor, que nos ayude a repatriar el cuerpo de mi primo Óscar Alberto y de nuestra pequeña Angie Valeria que por motivos de escasos recursos decidieron emprender camino hacia EEUU...»

La pequeña Angie aún no había cumplido 2 años. La imagen en la que su bracito muerto rodea el cuello de su padre recuerda a la del cadáver del niño Aylan, mecido por las olas en la orilla de aquella playa turca al final del verano de 2015. Tres años tenía aquel chiquillo que tampoco llegó solo al cielo, ya que su hermano de cinco años y su madre se ahogaron como él.

Terminaremos volviéndonos locos, quizá lo estamos ya un poco, si seguimos con nuestra impávida rutina y asimilamos con absoluta normalidad que esos niños mueran en vez de estar en la guardería o la escuela a esas horas o cuidados por sus abuelos mientras su padre o su madre trabaja. Locos, si olvidamos sin más que en la casi Navidad de un año antes de publicarse la foto de Aylan Kurdi ahogado con sus zapatitos rojos sobre la arena, seis tipos adultos entraron en un colegio y mataron a más de 130 niños y quemaron viva a su profesora en Peshawar. Locos, si dejamos de preocuparnos por la suerte de los centenares de niños solos, perdidos de sus padres y familiares, que fueron llegando a Europa desde Siria directamente a las fauces de quienes se surten de ellos para explotarlos laboral y sexualmente.

La fotografía tiene el piadoso enfoque de haber sido hecha cuando los cadáveres de Angie Valeria y de Óscar, su padre, están anclados en la orilla del río, boca abajo, ambos con el rostro sobre el agua oculto al curioso lector de periódico ojalá que más dolorido que fascinado por el valor estético de la imagen. Por eso es el bracito de la niña sobre el cuello de su padre, ambos bajo la misma camiseta, el pantaloncillo rojo de la cría del mismo color de los zapatitos de Aylán. Ambos bajo la misma camiseta para no ser separados por la corriente. Ambos bajo la misma camiseta paterna para, buscando la vida, navegar juntos hacia la muerte.

El tuit del primo del padre ahogado iba dirigido al presidente de El Salvador, el pobre país pobre que abandonaban clandestinamente Óscar y su familia soñando con alcanzar el 'paraíso' norteamericano. Miro el cielo azul de Málaga por la ventana, mi bebé balbucea a mi lado y parece que no está pasando nada malo en el mundo. Pero en la foto se le nota a la niña muerta el pañal mojado y...