Con la alegría de las burbujas largo tiempo contenidas en una botella de champán: así estallaron las risas, en la Casa de Pandora cuando la señora Tere, completamente aterrorizada, se precipitó escaleras abajo, santiguándose y llamando en su auxilio a todos los santos y diablos que conocía.

Hacía tiempo que no se reían con tantas ganas. El mismo Pumi se prestó a caracterizarse de fantasma, aplazando su perfomance. Bea, la maquilladora, hizo un trabajo estupendo. Sobre la base de un maquillaje gris ceniza, distribuyó a lo largo del cuerpo horrendas cicatrices y pústulas, que enmarcaban un rostro desencajado, color muerte despierta, sembrado con acierto de costuras y desgarros. El Pumi daba susto hasta sin verlo; metido en el personaje, ideó una voz cavernosa, ultratúmbica, que parecía sacada de un disco de efectos especiales.

Alberto acertó a aprovechar el hallazgo de la espantable voz del Pumi situando un altavoz detrás del sofá, justo al lado de donde proyectarían la imagen. Desde la habitación contigua, Pumi se encargaría de redondear el ardid.

Cuando la señora Tere, en el momento que había avisado días antes, llamó a la puerta, esta se abrió silenciosamente, merced a un ingenioso sistema ideado por Alberto con un invisible hilo de pescar. El chirrido de los goznes fue un improvisado preámbulo. Extrañada, se adentró en la casa llamando a los inquilinos. No había respuesta. Al ver una extraña luz en el salón, se encaminó hacia él. Le pareció el resplandor de la tele, y se preguntó con qué nueva zalamería o fábula le iban a salir ahora.

Con su sonrisa irónica preferida, entró al salón. Al punto, se le cayó de la cara; una levísima y flotante figura, horrenda y grotesca, la miraba fijamente. La señora Tere se quedó paralizada unos segundos. Fue cuando oyó a aquello decir:

—Dame un abrazooo, Teresaaa, quierooo que seas mía para siempreee... ¿Entiendes? Para siempree...

Ante lo que viene a continuación, hemos de aclarar que la señora Tere no era persona fácil de asustar, y que disponía de un finísimo olfato —entrenado durante años— para descubrir las innúmeras tretas y truquillos de sus inquilinos. Casera de bohemios, cobradora de artistillas, desahuciadora de vagos y caraduras, no se arredraba con facilidad. Sobreponiéndose a su incipie te terror, avanzó con paso firme hacia la aparición e intentó asirla del cuello. Fue entonces cuando, al comprobar lo inmaterial del aparecido, empezó a tambalearse su entereza. Un oportuno y erizante grito que lanzó el Pumi redondeó la faena. Sin darle tiempo a reaccionar, añadió:

—Quierooo más dinerooo... ¡Dame tu dinero o dame tu almaaa!

Bien por estimar su alma, bien por no perder la recaudación de aquel día —o por la espantosa combinación de tales amenazas—, la señora Tere se asustó definitivamente. No pudo más, el pavor se

adueñó de ella y salió corriendo de aquella casa embrujada.

La tarde siguiente sonó el timbre de una forma solemne, con ese tono expectante de quien llama por primera vez. Alberto abrió la puerta y se encontró con un grupito de cuatro personajes, cargados de bártulos y maletitas. Uno de ellos, de larguísima barba y expresión muy seria, le dijo:

—¡Hola! Somos de la Sociedad de Parapsicología de Málaga. —Antes de que Alberto pudiera decir algo, añadió—: Nos envía la señora Tere; venimos a investigar los fenómenos paranormales que, según parece, vienen acaeciendo en esta casa...

—¿Usted ha sido testigo de alguno de ellos? —inquirió una chica pelirroja, a la par que le plantaba una grabadora en los labios.

Tuvieron suerte nuestros amigos en dos cosas: en ese momento, Alberto estaba solo en casa, lo que desbarató el plan de la chica pelirroja de entrevistarlos por separado para rastrear posibles contradicciones; por otro lado, la fértil imaginación y la pícara predisposición para fabular de Alberto los convencieron de la veracidad de la existencia de un fantasma en la Casa de Pandora, inmueble del siglo XVIII sito en la plaza de las Biedmas, en pleno centro histórico de Málaga.

Y he aquí el origen tan mundano de la famosa leyenda que circuló por internet primero y por programas de misterio después, que ahora se aclara tras tantos años de desasosiego y pavor entre el vecindario, y que sirvió tanto para ahorrarles unos meses de alquiler a unos pillos como para deleitar con una historia de fantasmas a una ciudad bulliciosa y festiva.