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Con la diabetes en la mochila

Dice el brocardo popular que «tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor». La cuestión es que el enunciado se cita así, sin más, sin un orden de prelación entre las tres. Pero huelga decir que la primera, por regla general y a salvo de supuestos extremos, es la que sirve para afrontar la vida, para echar a andar, para que uno comience a integrarse, relacionarse y mezclarse con el mundo y quienes lo habitan. ¡Que Dios nos dé salud!, decimos cuando comprobamos nuestra lotería. Chascarrillos aparte, desde 1.948, la OMS vino a definir dicho concepto, el de salud, como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades". No obstante, hoy por hoy, existen corrientes y doctrinas que, desde plataformas como The British Medical Journal, vienen reivindicando una actualización de dicha definición en tanto que su contenido vino a concretarse en una época en la que la gran mayoría de las enfermedades crónicas llevaban aparejada una, casi inevitable, muerte prematura. Setenta años después, pasados ya, más que de sobra, los umbrales del año 2.000, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que dichos patrones de enfermedad no son los actuales. El concepto de salud debe de modernizarse en tanto en cuanto precisa comprender en su esencia la realidad o el hecho de que el número de personas que sostienen su enfermedad crónica durante décadas continúa en aumento a nivel global, y todo ello habida cuenta de las patentes actualizaciones y mejoras, por ejemplo y entre otras, en asistencia sanitaria, nutrición o higiene. Considerar enfermas, hoy por hoy, a las personas con enfermedades crónicas ningunea, por exclusión del concepto, todo lo referente a la capacidad humana para superarse y afrontar los desafíos físicos, emocionales y de inserción social que conlleva el objetivo común, tanto de enfermos como de no enfermos, de realizarnos plenamente en todas las facetas de la vida. Las enfermedades crónicas, como ustedes supondrán, no tienen por qué entender de edades. Muchas de ellas ya se presentan en la infancia o en la juventud. Una época vital en la que nuestro cuerpo pugna por crecer y nuestras emociones por integrarse en el mundo. Congeniar patologías como la diabetes en esos primerizos tramos de edad donde uno sólo pretende desarrollarse y encontrar su lugar puede ser más que complicado. A veces, como digo, si no se cuenta con el apoyo necesario, familiar e institucional, se torna más que difícil entrelazar la aceptación de tu enfermedad y sus muros con los estudios, la música, el amor, la soledad, el compañerismo, la amistad, la sexualidad, las alegrías, los enfados y, en definitiva, todo lo que acontece en la vida y, con mucha mayor intensidad, en un cuerpo cuyos motores comienzan a arrancar. Dicha filosofía se integra como fundamental tanto en el equipo asistencial de pediatras y enfermeros que atienden al colectivo de niños diabéticos en nuestra provincia como en el espíritu que promueve la Asociación de Diabéticos de Málaga (ADIMA). Y desde ese prisma, facilitar e integrar la formación en las rutinas que comporta la diabetes de los niños con el ocio y el tiempo libre se hace más que indispensable. Iniciativas como el campamento de verano para menores diabéticos que tuvo lugar en Cortijo Frías (Cabra) a primeros de septiembre ponen de manifiesto que los niños y jóvenes que cargan en su mochila con las inercias de una enfermedad crónica gozan de una potencial empatía a la hora de cuidar y acompañar a sus iguales. Porque, de tú a tú, no sólo se trata de ayudarte a montar a caballo o de explicarte cómo se coge la raqueta, sino de saber pararte en el contexto de cualquier tipo de dinámica cuando un compañero sufre una hipoglucemia, recordar los controles de glucosa a los más pequeños, vitorear a todos los que vencen sus miedos al pincharse o colocarse el catéter, hacer de tripas corazón con el control de la dieta o bromear sobre uno mismo con chistes de diabéticos. Colectivos, como ven, donde uno, curiosamente, se hace mejor persona valorando lo que se tiene y lo que no se tiene a fin de impulsar la vida desde la normalidad de unos hábitos que, no por llevar adjuntos una patología, dejan de ser saludables.

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