Tengo personalmente una sincera admiración por los Estados Unidos de América. Por lo que son desde su independencia tratando de salvaguardar los principios democráticos a través de elecciones generales correctamente celebradas y sin que a ningún presidente saliente tras sus dos períodos de mandato se le haya ocurrido la peregrina idea de proponer una nueva legislación, referéndum o reforma constitucional que le permitiera prolongar su presidencia. En el fondo supone una lección para algunos países hermanos y no tan hermanos que acostumbran a imponer o cambiar períodos presidenciales siempre en beneficio propio.

Mi admiración creció cuando destinados en la Organización de Estados Americanos (OEA) con sede en Washington pude comprobar la educación que impartían a mis hijos en las excelentes escuelas públicas de Bethesda en la que primaba el respeto al 'otro' , los derechos humanos y la no discriminación sobre todo por razones de raza, sexo o religión. Era ejemplar.

Es una auténtica pena que los inalienables principios que se pregonan en las escuelas y universidades estadounidenses no se hayan aplicado en la práctica de su política exterior. Más bien lo contrario.

Históricamente hablando, la posición norteamericana en relación con América se ha movido desde la Doctrina Monroe de 1823, al Destino Manifiesto de Theodore Roosevelt de 1840 que consideraba que los Estados Unidos estaban predestinados a ser la potencia dominante en el Hemisferio Occidental. Todo ello aderezado con, por ejemplo, la Enmienda Platt por la que se reservaba el derecho a intervenir en Cuba, o el Corolario Roosevelt que venía a argumentar que la delincuencia crónica en algunos países podía obligar a los Estados Unidos a ejercer un poder de policía internacional en el Continente. Con esas premisas no es de extrañar que se haya practicado una política abusiva de intervenciones que comienzan a principios de siglo -entre 1905 y 1914- en Santo Domingo, Cuba, Honduras, Haití, Nicaragua, Colombia (Canal de Panamá) y México, se prolongan a lo largo de las últimas décadas y culminan con las más recientes en Nicaragua y El Salvador (indirectas) o Granada y Panamá (directas). El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que en el fondo supondría un intento de multilaterización y defensa mutua de los estados americanos contra el ataque de países extra regionales, quedaría desacreditado por el apoyo de los Estados Unidos al Reino Unido en el conflicto de las Malvinas.

Que los anglosajones han laborado siempre en beneficio propio en sus relaciones externas es evidente, tanto en el caso del Reino Unido como de los Estados Unidos. La técnica de divide y vencerás ha sido profusamente utilizada.

La Capitanía General de Guatemala se desmembró en cinco estados independientes con el apoyo expreso de EEUU. Panamá se separó e independizó de Colombia, lo que permitiría a EEUU la construcción y gestión del canal. Es mucho más fácil 'gestionar' seis países pequeños que a uno solo. Con respecto a México la excusa fue primero liberar a Tejas para hacerlo independiente e incorporarlo después como nuevo estado de la Unión. Luego se procedió a la anexión por la fuerza, confirmada por el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 2 de febrero de 1848 de por lo menos la mitad de México. Así, además de Tejas, California, Nevada, Utah, partes de Arizona, Nuevo México, Wyoming, Colorado, Kansas y Oklahoma se incorporaron a Estados Unidos estableciéndose la frontera en el río Bravo. Destino manifiesto a tope.

Pero ojo, que si nos fijamos bien Estados Unidos ha apoyado hoy en Europa a todos los estados que han querido ser independientes incluido Kosovo (que España no reconoce) lo que desembocó en una dramática vuelta atrás con horrendas masacres en los balcanes. Todos los nacionalismos extremos son la antesala del fascismo como lo demuestran los casos de Hitler, Franco, Mussolini y ahora Puigdemont en Cataluña. El enajenado presidente Trump ha sostenido y apoyado al Reino Unido en el brexit y le promete ahora al enloquecido primer ministro británico Boris Johnson un nuevo acuerdo y prebendas varias si consigue un brexit duro. Repito divide y vencerás. A Trump por lo menos no le interesa una Europa unida. Haríamos bien en aprender de la historia y percatarnos de que con Trump podríamos de nuevo encontrarnos con otro caso distinto y distante en los casos de los intentos separatistas españoles.