Adiós ríos. No os preocupéis de vuestro género; lo importante en vosotros es vuestro caudal, lento o rápido; los pueblos por donde pasáis, los campos que fertilizáis con vuestras aguas (...)», escribió el viejo Azorín.

Nada en efecto más hermoso que un río con sus remansos y sus rápidos, sus desniveles, sus meandros, con sus orillas cubiertas de juncos, y nada en cambio más triste que uno artificialmente encauzado por la acción del hombre.

Hay declarada una guerra contra los ríos, se queja el alemán Ulrich Eichelmann, colaborador de Riverwatch, entre otras organizaciones ecologistas, e impulsor de una campaña contra la continua construcción de centrales hidroeléctricas en Europa.

«Se están malvendiendo los últimos cauces fluviales todavía intactos con el pretexto de la producción de energía verde», denuncia Eichelmann, según el cual se destruye la naturaleza exclusivamente para el lucro privado.

El ecologista no discute la utilidad de muchas de las centrales de ese tipo ya construidas, pero sí el abuso que se está haciendo últimamente de ese tipo de instalaciones.

«Actualmente hay proyectadas en Europa 9.000 centrales hidroeléctricas adicionales, de ellas, unas 4.000 en los Balcanes, pero también algunas en los Alpes y Escandinavia», explica Eichelmann al semanario alemán Der Spiegel.

Y en muchos casos ni siquiera se examina si la construcción es compatible con la defensa del medio ambiente y la biodiversidad. Es una guerra en toda regla contra los ríos, una guerra además subvencionada, critica el ecologista.

En Alemania, por ejemplo, funcionan ya 7.700 centrales de ese tipo, de las que la inmensa mayoría - 7.300- no producen más de diez megavatios, lo que significa que su contribución total a la mezcla energética del país es de sólo un 0,09 por ciento.

En opinión de Eichelmann, la destrucción de la naturaleza que exige su construcción no guarda relación alguna con sus beneficios para la colectividad. Actualmente operan ya en Europa 21.000 centrales con «las peores consecuencias para la naturaleza».

Se pierden por culpa de esas represas espacios naturales y superficies que podrían dedicarse a la agricultura. Se retiene la arena y la grava y se impide a los peces y a otras especies animales moverse libremente. Es como si se bloquease la red venosa en el organismo humano, explica.

El agua se transporta entonces por grandes tuberías y, presa abajo, el río se convierte muchas veces en un hilito de agua, lo que contribuye eventualmente a la extinción de cada vez más especies.

Hasta la Comisión Europea ha criticado la construcción de pequeñas centrales hidroeléctricas, y un 91 por ciento de las proyectadas sólo se convertirán en realidad gracias a las subvenciones públicas o a las de sus clientes directos.

Se da además el absurdo de que cuanto más pequeña es la central hidroeléctrica, mayor es la subvención que recibe, critica Eichelmann, quien aboga en cambio por proteger los ríos y «renaturalizar» los cursos de agua absurdamente explotados. ¿Le harán caso las autoridades? ¡Dejad que fluyan los ríos!