Málaga bulle con las idas y venidas de los trenes AVE a Fitur -que se clausurará este finde-. La ciudad se rebulle con la transformación del Carpena en un gran teatro para albergar la 34ª edición de los Premios Goya -este sábado-. «Si te gusta el cine español, tu ciudad es Málaga...» es el comienzo, de hecho, de un artículo que ha colgado la Academia en su web (premiosgoya.com) titulado: 'Málaga, una ciudad dedicada a los Goya'. Incluso hay un runrun de bulle bulle con la feliz anécdota de que sea la exsubdelegada del Gobierno, María Gámez, la primera mujer que dirija la Guardia Civil en sus 175 años de historia. Sin embargo, aún habitando informativamente tan bullicioso presente en mi ciudad, estos días yo ando en una feliz cuenta atrás hacia el cuarenta aniversario de aquel primer 28 F en que se celebró el referéndum andaluz por la autonomía.

Por eso hablé con él. Hablar con Clavero, el viejo profesor de Derecho de Adolfo Suárez en la universidad de Salamanca y de Felipe González en la de Sevilla, ha sido una experiencia que pienso atesorar. Por cómo me dijo, sobre todo, todo lo que me dijo. Manuel Clavero Arévalo, quien sacrificó su exitosa vida política cuando era el primer ministro de Cultura de la España constitucional, abandonando la UCD sólo para jugársela sin éxito aquí abajo, en aquellos últimos años 70 y el inicio de los 80, quedándose casi más solo que la una políticamente, no me habló mal de nadie. Ni tan siquiera de Arzalluz, el único diputado de entre todos con quienes habló antes de aquel debate en el Congreso, que le dejó literalmente tirado -como me contó el propio Clavero en la entrevista- no presentándose en el hemiciclo el día que se jugaba la discutida vía constitucional para que Andalucía accediera a la autonomía en igualdad de condiciones que las llamadas nacionalidades históricas. Clavero también me recordó al respecto aquello que dijera el entonces diputado Escuredo (consejero de la junta Preautonómica con Plácido Fernández Viagas y luego primer presidente de la Junta de Andalucía): «o por el artículo 151 o ninguno». Y me habló del entonces presidente de la cámara, Landelino Lavilla, y sus finas argucias jurídicas para no conceder la palabra argumentando que ser «mencionado» no era lo mismo que ser «aludido»; y de Herrero de Miñón y de Fraga y de Felipe y de Alfonso y del llorado Suárez («Mira que te va a llamar el Rey, Manolo» le advertía en falso el presidente para que bajara la presión autonomista a su entonces ministro) y de...

Pero lo que quiero recalcar en estas líneas es cómo me envolvió su magnífico talante, insisto, el de no hablar mal de nadie. Aunque también se les ha desacreditado como continuistas por algunos, es de uso común el comentario de que muchos políticos de aquella generación demostraron tener sentido de estado y ser maestros de la discusión política, que supieron consensuar el futuro democrático de este país estupendamente imperfecto. Echar un rato con esa página elegantemente viva de nuestra Historia, entrevistar a Clavero, con el reto de hacerlo a sus 93 años, no sólo vividos sino vívidos, fue para mí la prueba en la comparativa actual -sin idealizaciones innecesarias- de la clase que tuvo aquella clase política.