Duele, pero me desasosiega este luto oficial. Veo intencionalidades políticas por todos lados. No debo de estar bien. Ni siquiera debería hablar de estas cosas. Además, ya sólo se dice lo que a cada tribu conviene y conforta. Y no sé si son 28.000 o 43.000 los fallecidos por el coronavirus, según los datos oficiales o los ajustes producidos por los datos que ha arrojado el sistema que monitoriza la mortalidad diaria en España y la reducción por deceso de demasiados pensionistas en estos dos últimos meses. Sólo sé que esto no ha terminado. Cualquiera con luces lo sabe. Nada ha ocurrido para que así pueda creerse. El bicho sigue ahí fuera. Y nosotros también, midiéndonos ya desconfinados con él sin vacuna aún para ganarle la partida. Luego, no tendrán derecho los muertos futuros -ojalá que sean muy pocos- a este luto oficial que guardamos ahora. No termino de entenderlo. Pido perdón de antemano.

Es como si en una guerra se homenajeara al soldado desaparecido antes de que haya terminado el último desembarco. Para colmo, me preocupa mucho expresarlo por si al hacerlo coincido con alguien que lo haya hecho antes desde alguna de las profundas trincheras que hay abiertas. Porque las orillas en este país se han vuelto de lava y hielo y ambas andan vigilándote para ver cuál defiendes. Y si no defiendes en todo momento ninguna, peor. España asfixia.

Anteayer el Congreso fue un incendio por el queroseno de alguna mentira y los cristales que salían por las bocas de sus señorías.

Que el partido del Milán, el mitin de Vox o las concentraciones del 8-M no debieron haber ocurrido es de sentido común, no alimento de trinchera alguna. Pero en el contexto ahora documentado de la prohibición del Gobierno, para prevenir el contagio del virus, en una reunión celebrada el 5 de marzo, del congreso evangélico que pretendía celebrarse días más tarde, ya podemos decir alto y claro que tampoco debieron permitirse. Y lo digo desde la constatación también de que algunas valoraciones de ese informe de los guardias que actuaron como policía judicial, a requerimientos de la jueza Rodríguez Medel, se corresponden más con las particulares opiniones de los agentes que con las debidas argumentaciones probadas. Una cosa no quita la otra porque nada impide que ambas puedan ser verdad.

Ese rasero doble, que no doble rasero, me ocurre con más asuntos. Por ejemplo, me gustó cómo contestó anteayer el ministro Marlaska a la digna diputada Teresa Jiménez Becerril, con clase. Sin embargo, también creo que Marlaska no la tuvo cuando cesó al coronel Pérez de los Cobos; como creo escandalosa su firma en el decreto de la deseada equiparación salarial de Policía y Guardia Civil con los cuerpos autonómicos para apagar el incendio que él había provocado.

Y qué hago si me resultó vibrante la diputada Olona en la ráfaga de preguntas que le disparó al ministro, sin titubear ni mirar papel alguno, pese a que no comparto prácticamente nada con la formación que representa, Vox. Qué hacer si a uno le pasan estas cosas en un país como el nuestro que cada vez parece que es menos de todos. Antes te llamaban podemita y luego facha. Ahora te pueden llamar incluso «equidistante» por ello. El peor de los insultos actuales. Como si fueras uno de esos cobardes que miran para otro lado cuando violan a una chica en la calle o uno de aquellos que callaban cuando un vecino delataba al judío de la puerta de al lado a las fuerzas de asalto en la Alemania nazi o de los que no abren la puerta cuando un chico homosexual la aporrea huyendo de la cárcel o algo peor sólo por serlo en los países donde eso sigue ocurriendo o de aquellos que contestaban «algo habrá hecho» cuando se llevaban a Siberia al último escritor disidente o en la revolución cultural de Mao por no aceptar ser reeducado se lo llevaban a la horca. Mao sé tú.

Hoy ser sólo y ni más ni menos que alguien que duda, que busca, que intenta ser libre y que observa, sin la ceguera de una adscripción inquebrantable, se ha vuelto algo chungo, no un esfuerzo profesional y civilmente meritorio en tiempos de trazo grueso y pandemia viral.

Soñaba que de ésta saldríamos unidos, aunque físicamente separados. Pero, por ahora, nos vamos desescalando más juntos de lo que deberíamos y menos unidos que nunca.