Siempre le he reservado un lugar muy especial en el rincón de los buenos recuerdos a este veterano gran hotel del 31 de la Place de Brouckère de Bruselas. No solo por ser el Métropole uno de los hoteles con más personalidad de Europa. O por ser el único gran hotel de Bruselas que puede presumir de haber sido inaugurado en el siglo XIX. Si les digo la verdad, para mí este hotel es como el primer vuelo en un avión. El que nunca se olvida. Ya conocía, por mis actividades en el mundo del turismo algunos hoteles importantes. Pero hasta aquella noche en el Métropole, hace más de medio siglo, nunca había dormido ni desayunado en uno de ellos.

Todo fue gracias a SABENA, la legendaria compañía belga de aviación (1923 - 2001). Su primer delegado en la Costa del Sol -a principios de la década de los sesenta- fue Monsieur Guillaume. Un genio de la aviación comercial, pionero en abrir rutas aéreas desde el centro y el norte de Europa hacia España y el flamante aeropuerto de Málaga. En 1962 Monsieur Guillaume nos ofreció generosamente una experiencia muy especial a un grupo de profesionales del turismo de la Costa del Sol. Tuve el honor de ser uno de ellos. En aquella época yo trabajaba en Viajes Málaga, entonces una importante institución turística, muy importante por su protagonismo en aquel milagro que fue el convertir la lejana y exótica costa malagueña en el objeto del deseo de media Europa. Monsieur Guillaume nos invitó a volar a Bruselas en uno de los nuevos Caravelles de SABENA, aquellos turborreactores con los que los ingenieros aeronáuticos de la Sud Aviation francesa estaban revolucionando la aviación comercial. Aquello fue algo más que un privilegio.

Había otras sorpresas para nosotros. Monsieur Guillaume no solo era un hombre sabio. También era un excelente docente que nos tenía reservadas experiencias formativas muy importantes. Sabía que a muchos de nosotros nos faltaba ese toque de profesionalidad que solo puede aprenderse en un gran hotel. Nos deslumbró alojándonos, como invitados de SABENA, en un espléndido gran hotel de cinco estrellas de Bruselas. Con una densa y gloriosa historia: el legendario Hôtel Métropole. Se inauguró este Palace en 1895, en la elegante y céntrica Place de Brouckère. Fue el primer hotel de gran clase internacional de la capital belga. Anteriormente, entre 1874 y 1891, aquel espléndido edificio estilo renacentista había sido la sede de la Caja General de Ahorros y Pensiones de Bélgica. Hay interesantes reliquias de aquella época. Como el majestuoso mostrador de la Recepción. Era el mismo en el que el personal de la Caja atendía a sus clientes. En 1891 el edificio fue adquirido por la familia Wielemans-Ceuppens, ilustres cerveceros. Los trabajos para convertir aquel edificio en un hotel de cinco estrellas fueron dirigidos por uno de los más brillantes arquitectos de la época, el francés Alban Chambon. Los aciertos de aquel maestro son hoy en día visibles desde que entramos en el hall de entrada, de estilo Imperio, decorado por hermosas vidrieras consagradas al art nouveau, tan unido a Bélgica.

La lista de los grandes personajes que se han alojado en el Métropole desbordaría un texto de estas características. Siempre fue el hotel más admirado de Bruselas. Lo testimonian las 10 magníficas películas que se han rodado en sus salones. En 2002 las autoridades belgas decidieran otorgar a la planta baja del Hôtel Métropole y a su fachada los honores de ser consideradas y protegidas como monumento histórico nacional.

Este hotel ha sabido navegar en tiempos cambiantes y no siempre fáciles. Con total fidelidad a sus esencias. Espero que los próximos cien años les sean también propicios. Y que los viajeros venidos de todo el mundo sigan disfrutando en sus 298 habitaciones y sus 15 impresionantes suites, sin olvidar un servicio y una hospitalidad admirables, como complemento de sus magníficas instalaciones, sus restaurantes y sus salones, entre los más elegantes de Europa. Es decir, toda la magia de un hotel que posee la capacidad de hechizar a sus afortunados huéspedes. Cuenta Manuel Leguineche en su ya clásico Hotel Nirvana que uno de los períodos más electrizantes que vivió el Métropole coincidió con las negociaciones para la entrada del Reino Unido en el Mercado Común. No deja de ser un thriller apasionante en el que la gran casa de la Place de Brouckère tuvo un papel estelar. Doy las gracias al Hôtel Métropole por todo lo que en él aprendí y sentí. Y sobre todo doy las gracias a aquel generoso amigo de España y de los españoles, Monsieur Guillaume, que lo hizo posible.