Para bien o para mal, Sánchez no es un gobernante que responda al patrón. Una rara mezcla de frialdad e instinto. Tan inconmovible parece que se le adivinan los esfuerzos para no parecerlo, induciéndose emociones, tal vez siguiendo el método Stanislavski. A la vez su instinto felino en la defensa del territorio le lleva a practicar la economía del esfuerzo, alternando periodos de reposo en los que el público del zoo se impacienta con otros en que muestra agilidad y activismo extremos. Aunque la siesta estival que acaba de tomarse resulte incomprensible, me resisto a creer que sea mera indolencia. El manejo de los tiempos del partido, propio de su condición de baloncestista, ha de responder a una pauta rítmica y a una táctica política concreta, que solo él parece conocer. También podría ser que no haya nada de nada, pero hacernos pensar que sí también tendría su mérito.