El año pasado, en octubre, el maestro, el autor de 'El espía que surgió del frío' celebró su 88 aniversario. Asistió ese día a una manifestación en la que miles de británicos expresaron una vez más su rechazo a ese inmenso error que es el brexit. Así lo confirmó John le Carré el 21 de octubre de 2019 en unas declaraciones a un diario español, El País: «El brexit es la mayor idiotez y la mayor catástrofe que ha perpetrado el Reino Unido desde la invasión de Suez (1956). Para mí es un desastre autoinfligido, del que no podemos echar la culpa a nadie, ni a los irlandeses, ni a los europeos...»

Conocí al gran John le Carré, uno de los escritores imprescindibles, en Los Monteros de Marbella. A mediados de la década de los setenta. En aquel hotel, ya legendario, en el que tuve la buena fortuna de trabajar, hace ya casi medio siglo. La llegada de un cliente como el famosísimo escritor inglés me planteaba un dilema importante. ¿Cómo dirigirme a un huésped más que ilustre, cuyos libros yo devoraba tan pronto como eran publicados y que además utilizaba un seudónimo? ¿Debía utilizar su nombre, señor Cornwell, o señor le Carré, su 'nom de plume'? Pensé que quizás debería llamarle don John. Yo sabía que aunque estaba en un terreno resbaladizo, tenía cierto margen de seguridad. Al fin y al cabo John era lo único que compartían el 'nom de guerre' de John le Carré, y el de David John Cornwell, con el que se había registrado en Los Monteros y con el que lo habían bautizado en 1931. Me tranquilizó el hecho de que era obvio que el gran personaje, dueño de un intelecto prodigioso y de un espléndido sentido del humor, podía ser una de las personas más amables y bondadosas que he conocido.

Estoy seguro que él sabía que en los países de habla española el utilizar el 'don' era siempre una muestra de respeto. Yo necesitaba averiguar lo antes posible si al maestro le parecía bien el tratamiento. Sobre todo para poder comunicarlo a todos los departamentos del hotel. Había un pequeño problema. Don John suena en inglés igual que la palabra 'dungeon'. Que quiere decir mazmorra o calabozo. Me tranquilizaba por otra parte que en inglés un 'don' es un docente de una universidad de cinco estrellas, como Oxford o Cambridge o el Trinity College de Dublín. Don Juan podría ser una buena solución. Finalmente me atreví alguna que otra vez a llamarle don Juan. Desde luego sonaba mejor que don John. Y era obvio que al maestro le gustaba ese sonoro nombre español. Y eso era lo más importante.

Según mis recuerdos, un par de días después de su llegada a Los Monteros, me lo encontré en el salón de la recepción. Obviamente venía del club de tenis. Su bien sudada camiseta blanca lo confirmaba. Lo saludé. Me dijo que se sentía en el hotel mejor que en su casa. Empezó a hacerme preguntas sobre Los Monteros. No me sorprendía su curiosidad. El hotel ya era entonces una institución de culto en la Inglaterra de aquella época, siempre añorada. Nos sentamos en el saloncito contiguo al hall de entrada, junto a la admirable chimenea que había diseñado el gran Jaime Parladé. Por supuesto apagada y gloriosamente innecesaria en aquel verano marbellí. Su interés por el hotel era aparentemente inagotable. Yo estaba encantado y agradecido con aquella charla. Y con las que siguieron. Incluso en el augusto Villa Magna madrileño. La inteligencia, la civilizada urbanidad y la gran solera del inglés en el que hablaba don Juan eran impresionantes. Alguien había dicho que esa forma de expresarse en el «inglés de la Reina» necesitaba como mínimo varios siglos de buena crianza.

El próximo 19 de octubre, John le Carré cumplirá los 89 años. Sus libros siguen iluminando nuestras vidas. Dios se lo pague.