Ante el enredo de la distopía

En la situación distópica que vivimos, no hay que volverse locos ni ‘tirar la toalla’ a las primeras de cambio, sino reconocer la capacidad que tenemos de transformarnos si vivimos en coherencia con nuestros pensamientos y sentimientos auténticos, de alegría incondicionada, de paz y de amor, que surge de la comprensión de lo que verdaderamente somos, de nuestra esencia experimentando en la forma.

Nos conviene cambiar la lente por la cual miramos, y liberarnos del peso de nuestros falsos aprendizajes. Porque fuimos educados en la separación, la carencia y la competición, lo que ha dado forma a nuestros egos, defensivos, que saltan cual piloto automático cada vez que nos alejamos del estado de alerta.

Una de las cosas que conviene aprender también es a manejar la palabra, la cual tiene capacidad de disolver el miedo y alimentar la utopía, si es consciente o, si no, de enredarnos aún más en la distopía (lo contrari a la utopía).

Nada ni nadie puede impedirnos realizar la utopía en nuestras vidas -ese estado de cosas donde la parte y el todo se reconocen y crean armonía- si estamos alerta y utilizamos bien el poder, transformador, de la palabra. La tortura lo ha intentado, pero siempre ha fracasado.

Conviene ralentizar asimismo nuestras vidas, simplificarlas, para actuar con consciencia de las cosas, además de disfrutar al máximo de las bondades de la vida, siempre generosa. Que no nos engañen con lo del ‘valle de lágrimas’ y tal y cual.

A menudo, no seremos entendidos por ese mundo disfuncional que nos rodea, pero no es cosa que nos competa. No es, digamos, cosa que debamos atender.

Gerardo Hernández Zorroza. Málaga