Mientras escribo veo llover. Silencio absoluto. Me compaña Blanqui, mi pluma, que no es poca compaña. Blanqui, cómo cada vez, me ofrece su porte femenino y me invita a que la asga por sus sinuosas formas y su sensual talle con amorosa intención. Tras más de diez años de relación, entre Blanqui y yo jamás hubo mal rollo, ni siquiera cuando ella cobra vida propia y escribe por mí, que es a menudo. Incluso a pesar de mí y de mis prisas y de mi caligrafía viciada, Blanqui jamás garrapatea. Verla parir su tinta y leerla mientras pinta mis palabras remueve mis emociones, desde la más límpida ternura hasta la más encendida pasión libidinosa. Blanqui es un placer de dioses.

En fin, vayamos a lo que vamos: extraigo el título de este artículo de «No sé la razón de la sinrazón que a mi razón aqueja» paremia atribuida a Lope de Vega, que, a su vez, hay quienes la consideran reinterpretada de una frase más extensa de Cervantes. Fuere quien fuere, el que alumbro este pensamiento no sabía que invitaba a lo que la psicología moderna denomina un insight, que, en síntesis, viene a ser algo así como «echarle un vistazo íntimo a nuestros adentros».

En este sentido, si le dedicáramos una mirada intencionada a nuestro derredor repararíamos en que hay gentes tan hasta sus entrañas empeñadas en no verse que, a la postre, terminan no viéndose. Y, lo que es peor, terminan no sabiéndose. No son pocos los hombres y mujeres que solo se reconocen rencorosa, airada y frustradamente, y ello frente al espejo, cuando no tienen más remedio. Sufrir de piernas cortas, largas o zambas; espalda ancha o estrecha; carencia o sobreabundancia de mamas, en volumen, no en número, claro; exceso o defecto en la proporción del tafanario y/o las caderas; lorzas; rostro aquilino; meganariz aguileña; orejas adumbadas, descolgadas o puntiagudas; ojos minúsculos, agigantados o bizcos... demasiadas veces convierten a los espejos en la razón de la sinrazón del ser humano. Y digo yo, ¿qué culpa tendrán los espejos de la sinrazón que afecta a la razón que aflora del cerebro que los ve?

El asunto empeora cuando la constatación se produce sobre asuntos de índole emocional y cuando lo que muestran los espejos, en este caso metafóricos, incide en los mecanismos sutiles en los que se produce una frustración sobrevenida por una necesidad no satisfecha, por una expectativa no cumplida, por un objetivo no logrado...

Aunque se tratara de una mera fruslería, no escuchar lo que uno espera escuchar en un determinado momento puede ocasionar un desastre. Doy fe de ello. Basta que la emoción primaria que interviene sea la ira y que se trate de una emoción que no hemos aprendido a gestionar para que la sangre llegue al río, literal o figuradamente. Y redigo yo, ¿qué responsabilidad tiene nadie sobre las emociones del otro? ¿Puede alguien asumirlas y gestionarlas en su lugar? Aunque el asunto es serio, valga un chiste:

Un hombre, en el banquillo de los acusados por el asesinato de una mujer, declara ante el juez y, como eximente, explica y razona el devenir de los hechos:

-Mire usted, señor juez, me llamó prepotente, sobrado, embustero, manipulador, falso, psicópata... Y no me inmuté. Me llamó, cabrón, mariconazo, traicionero, hijo de puta... Y no rechisté. Pero cuando mirándome fijamente me llamó «individuo», hice lo que debe hacer todo hombre de bien, incluso usted, señor juez, le asesté ochenta y seis puñaladas. Y no le di más porque no me quedaban fuerzas --Tal cual.

A veces, cuando veo a nuestros próceres en ambas cámaras ejerciendo sus modales airados, unas veces fingidos y otras veces vividos en toda su extensión más grosera, primero me sorprendo, por la dicacidad ausente, después me indigno, más tarde me encolerizo y, finalmente, me deprimo.

Uno, que está en permanente contacto con el mundo exterior, se abochorna cuando lee y/o escucha el espectáculo que estamos dando en la «nación más antigua de Europa», que decía el presidente Rajoy, equivocándose, claro.

Por razones inaceptablemente partidistas, la pseudopolítica patria, incluso en tiempos del innombrable virus asesino, se manifiesta como un nutrido grupo de tribales estólidos, más inmersos en la sesquipedalia verba que Horacio citó en su Ars poetica que en la impresentable razón de la sinrazón que al ciudadano aqueja.

Deprimente, descorazonador y vergonzoso. Hasta para Lope, intuyo.