Comos animales de costumbres desde tiempos inmemoriales, tiempos que por otro lado en nada se parecen a los tiempos a los que ahora estamos acostumbrándonos. Y es que más que de costumbres, somos seres que se adaptan a lo que ocurre, y que así siguen mientras nada cambia, pero en cuanto algo se modifica enseguida nos transforma y eso altera a su vez lo que nos cambiaba y así llevamos siglos rodando por la evolución y transformándonos a cada vuelta pasando el testigo a los que no estuvieron y estos a los que todavía no están modificando a cada relevo la sociedad que nos define.

En estos últimos años nos hemos acostumbrado a la corrupción, a que secuestren la justicia los partidos, a que los medios de comunicación no comuniquen ni la mitad que antes, a que la fama llegue a través de querer ser famoso, a que las redes sociales nos atrapen como peces y nos ceben, a que la contaminación nos alimente, a que el tercer mundo no sea el primer problema, a que las guerras ocurran siempre y lejos y duren años, a que el hambre se acerque y no le hagamos caso, a que el trabajo nos mantenga con vida y nos la quite, a que los problemas formen parte del día a día y las soluciones duerman por la noche sin que nadie las despierte.

Y es que nos acostumbrados a casi todo, a lo bueno -si nos da tiempo- y a lo malo -que se alarga demasiado-, sin embargo se nos hace muy difícil adaptarnos a esta epidemia que nos diezma porque no nos pide solo un cambio sino que seamos de repente otra cosa. Y lo hacemos, resignados, esperando que no nos habituemos nunca, que no nos volvamos siempre esto. Y que con suerte llegue un día en el que cambiemos primero nosotros y transformemos y mejoremos el mundo por costumbre.