Hoy se cumplen 20 años de un «tsunami deportivo» que sacudió la historia del tenis en España. Después de treinta y tres años de espera, desde la última final disputada, un grupo de jugadores y técnicos se unieron para lograr la primera de las seis Copas Davis, un hito del que todos se sienten especialmente orgullosos.

Fue en el Palau Sant Jordi, en Barcelona, y ante 14.000 espectadores, donde el conjunto dirigido en pista por Javier Duarte, «Dudu», como capitán, miembro del denominado entonces G-4, venció a Australia por 3-1, con el punto final logrado por Juan Carlos Ferrero, que entonces contaba 20 años, al derrotar a Lleyton Hewitt. Y se consiguió ante la mirada perpleja de un joven tímido e introvertido de 14 años, Rafael Nadal, que había portado la bandera española en el equipo, y que después ganaría las cinco restantes ensaladeras.

En el palco miraban atónitos e ilusionados, ex jugadores como Alberto Arilla, Emilio Martínez, Juan Gisbert y Manuel Orantes, mientras que José Luis «Lis» Arilla y Andrés Gimeno, narraban la eliminatoria para las televisiones, y celebraban que por fin la maldición de la Copa Davis se había acabado.

Había sido un año esperanzador, con un compromiso de jugadores y técnicos pactado durante un desayuno con el entonces presidente de la Federación Española de Tenis, Agustín Pujol, que había sustituido a Manuel Santana al frente de la capitanía y había confiado la dirección técnica a tres de los entrenadores del momento: Javier Duarte, Jordi Vilaró y José Perlas, a los que luego se unió un técnico de la federación, Juan Avendaño. Nacía entonces el G-4.

«Era algo que le faltaba al tenis español, porque a nivel individual se había ganado ya todo. Y todo esto sucedió en la «fase previa» de la Era Nadal», asegura Pujol.

En aquel 2000, el resultado del sorteo, ya con el formato de Grupo Mundial instaurado, había sido bastante favorable para el conjunto español, que jugó todas las eliminatorias en casa, venciendo a Italia (4-1) en CT Murcia, a Rusia (4-1) en el Club Cerrado Calderón de Málaga, y a Estados Unidos (5-0) en Santander. En todas las eliminatorias, el G-4 había llevado a los mismos jugadores, excepto en la primera contra Italia, donde participó Francisco Clavet.

Llegaba la gran final, y el tercer intento del conjunto español de saldar una deuda con la historia, y el destino les había puesto enfrente a Australia, su verdugo en las dos citas anteriores. El conjunto «aussie» contaba entonces con Hewitt, Patrick Rafter, Mark Woodforde y Sandon Stolle, capitaneado por John Newcombe.

La eliminatoria comenzó con intriga, pues en el sorteo se supo que Alex Corretja, número uno del equipo español, no jugaría el primer día, y se le reservaba para el doble del sábado con Balcells, y para el domingo.

Con esta premisa comenzó la final, y la primera jornada acabó con un inquietante 1-1, pues después de cuatro horas y nueve minutos, Albert Costa cedió ante Hewitt. Después, Ferrero niveló la contienda al derrotar a Rafter. Balcells se había convertido en un baluarte en el doble en las eliminatorias anteriores y había formado con Corretja una sólida pareja. Aquella tarde del sábado el dúo español, llevado en volandas por el público, respondió y de forma contundente venció a Mark Woodforde-Sandon Stolle.

Todo se decidiría en la última jornada. Los entonces Reyes de España, Juan Carlos y Sofía presidieron en el palco, acompañados por la Infanta Pilar, Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, y Juan Antonio Samaranch, del COI, entre otras personalidades.

Y Ferrero, con un temple y aplomo impropio de sus 20 años, selló el triunfo español al vencer a Hewitt, con un revés paralelo final. Un punto histórico que se recordará siempre.

La explosión de alegría fue atronadora. Duarte saltó a la pista, saltándose el protocolo y sin saludar antes a Newcombe (luego se disculpó) y todos formaron una piña sobre Ferrero. España se convertía en la décima nación campeona de este torneo centenario, y la deuda quedaba al fin saldada.