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La vida modernaMerma

Gonzalo León

Jesús Aguirre y Lola Flores

Jesús Aguirre y Lola FloresEFE

Es habitual que gobierno y oposición, sean donde sean y con indiferencia del color de unos y otros, mantengan un nivel de tensión constante. Ya lo decía Zapatero fuera de micro tras el debate electoral, es bueno mantener la tensión entre partidos en algunos momentos. Ahora, a pesar de tener a una ciudadanía desamparada y con necesidades elementales que cubrir, muchos de ellos siguen la estela de sus predecesores políticos y continúan con la guerra vacua entre unos y otros para, supuestamente, ganar adeptos, seguidores y fieles que se traduzcan en votos.

Además de la guerra dialéctica, existen una serie de matices que se estudian, trabajan y pulen para crear hombres y mujeres que acaben siendo representantes políticos de laboratorio.

Hay muchos. Se trata de profesionales de la política que no han pagado un trimestre de IVA ni por asomo y cuya carrera profesional ha sido la de abrir la puerta de la sede de un partido cuando era aún un lechón. Poco más. Pero funcionan. La mayoría se defiende y el resultado es, en el peor de los casos, medianamente salvable pues, detrás, siempre hay un buen equipo profesional y técnico que saca las castañas del fuego de un Ayuntamiento, gobierno autonómico o central.

En Andalucía, con el gobierno de la Junta actual, sucede que el perfil en general es pro. Suele ser habitual contemplar las extraordinarias fotos de Santana de Yepes en redes, donde aparecen figuras políticas que bien pudieran ser actores de Mad Men. Ese tercer bolsillo de la chaqueta que llevan como si no se notara pero que saben que vas a mirar. La altura justa del pantalón, solamente al alcance de los torsos más privilegiados. Esa cana que aparece discretamente, pero que se permite porque son heridas de guerra en esta difícil tarea de gobernar… Los Yuppies del alto Guadalquivir.

Y dentro de ese escenario Paul Allen en American Psycho, y del zapato de hebilla con costura Goodyear, se cuela Don Jesús Aguirre. Con las tres letras. BCG. Bajo, calvo y gordo -podría ser mi hermano-. Vestido como buen cordobés clásico, que lo mismo viene del despacho que de un perol o una montería. Y rompe la foto de O’Kean. Mientras que al resto lo podría patrocinar Jaime Gallo, a él lo patrocinaría Barbour.

Un político que, para muchos, genera reservas de todo tipo fundamentadas única y exclusivamente -lo reconozcan o no-, en su impronta y capacidades comunicativas. Sin embargo, para mí, transmite todo lo contrario. Y es que, políticos como él, son la prueba inequívoca de que, si por tipín no te han llamado, debes de ser válido por seguro.

Pero claro, si volvemos al inicio, tenemos que intentar no olvidarnos que estamos en la selva. Que los cuchillos vuelan y la gente es mala por naturaleza y triplican la crudeza cuando de política se trata. El gobierno de la Junta se está comiendo con patatas la pandemia. Estamos sumidos en la mayor de las porquerías debido a la que tenemos encima pero, es de justicia reconocer, que la situación en nuestra tierra está siendo bastante mejor en comparación con el resto de comunidades con nuestras características. Aquí se puede llorar con un ojo si miramos a otros lugares donde mueren más personas, hay más contagios y la situación es notoriamente peor. Dentro y fuera de España.

Nadie sabrá bien el motivo de que sea así y si se trata de suerte, el destino, Dios, el clima o una mezcla de todo lo anterior pero está claro que tanto el gobierno autonómico como la oposición están siendo honestos y transmitiendo seguridad.

Pero con Aguirre se están pasando tres pueblos. Y parece que nadie percibe que, tras todo esto, hay velado un gran desprecioal acento y el habla andaluza.

El consejero cometerá mil y un errores, como todos, pero no está siendo nefasto. No está siendo el peor del mundo. No teníamos con el gobierno anterior la sanidad andaluza a nivel Clínica Mayo y ahora un ambulatorio de Camboya. No es cierto. Y es de justicia reconocer a los de antes y a los de ahora porque, cuando han llegado dificultades, hemos salido medianamente airosos para lo que esto podría ser.

Pero la burla es constante. Cuando sesea, se ríen de él. Cuando aparece hablando de manera muy natural y sencilla, salta la mofa. Pero deberíamos empezar a comprender que así se habla aquí. Y que se le entiende perfectamente. Porque si en vez de haber dicho «culillo» para explicar lo que se está perdiendo de los botecitos de las vacunas por la falta de jeringas adecuadas por falta de stock -que le está afectando a todas las comunidades-, hubiera dicho «una miqueta», «txikia» o «una pizca», no habría pasado absolutamente nada.

Este señor no es ningún analfabeto. No es ningún cateto. Ni es un borrico. Porque mi madre no lo es y dice «Gonsalo» al referirse a su hijo. Y la Ministra de economía no es una indocumentada por aspirar la jota. Que no. Que Jesús Aguirre estudió en uno de los mejores colegios de Andalucía. En La Salle de Córdoba. Y en esa misma ciudad se convirtió en médico. Y tiene carrera más allá de la política de mucho antes. Y todo lo ha conseguido diciendo «viale» en vez de «viales» y «ásido asetil salisílico». Porque no se es peor por hablar así. Se es peor por hacer las cosas mal. Por ser un irresponsable. Por huir ante una catástrofe. Por vacunarte antes de que te toque. Por incumplir las normas. Por irte de Madrid a Marbella a pasar allí el confinamiento con tu Botella. Eso es ser peor. Aunque hables con acento de Valladolid.

Pero los andaluces seguimos en Babia. Y caemos en el desprecio burdo, barato y necio de aquellos que se ríen de nuestra forma de hablar de manera que no se note. Ahora. Eso sí. Cuando sacan el anuncio de Lola Flores lo colgamos al momento en Instagram. Porque eso sí mola. Lola Flores que decía «fume güisto», sí. Pero un político de primera línea seseando no. Eso es síntoma inequívoco de la enfermedad que padecemos en el sur: vergüenza de nosotros mismos. Porque en el fondo pensamos que así somos peores. Que no somos serios diciendo «culillo» pero sí «miqueta».

Ojalá un día nos quitemos de encima la pesada losa que nos lastra. Y de paso, se la tiramos a la cabeza a quienes se ríen de nuestro acento. Por imbéciles.

Ojalá más Aguirres sin complejos y con la seguridad de quien habla convencido de lo que dice. Sin necesidad de camuflarlo con maquillajes. Viva Málaga.

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