Opinión | Málaga de un vistazo

Volver sin darse la vuelta

Todos hemos tenido que volver alguna vez a hacer algo que habíamos dejado por algún tiempo, o a algún lugar del que tuvimos que marcharnos, o incluso a acercarnos a una persona o personas de las que nos alejamos por cualquier motivo que ya no está presente o que otro más reciente nos lleva al reencuentro por un camino nuevo que no nos obliga a desandar la distancia, casi siempre se vuelve completando un círculo, sin pasar dos veces por el mismo sitio, y cuando no es así, la vuelta nunca es recomendable, porque suena a derrota y a nostalgia, y esa sensación lo invade todo con su atmósfera tóxica que nos empuja a las fronteras de una nueva partida o, en el peor de los casos, cuando eso no es posible, nos encierra en una estancia incómoda e irrespirable.

Y todos hemos tenido que volver alguna vez porque nos hemos ido de muchos lugares, hemos abandonado ideas, trabajos, ciudades, amores y amistades, hemos dejado vicios, aficiones, estudios, proyectos y relaciones en algún punto distinto al final. Y a veces es sólo eso, volvemos para terminar, esta vez para siempre, aquello que se quedó a medias y que hace las veces de lastre, otras veces, sin embargo, volvemos con la idea de que no termine nunca, con la esperanza de haber encontrado la fórmula para continuar con aquello que fue interrumpido a pesar nuestro, por avatares de la vida, por falta de tiempo, voluntad o maneras. Pero por mucho que volvamos nunca se regresa a ningún sitio. O ha cambiado algo, o has cambiado tú, o todo es distinto. Nada es reconocible tras la foto del recuerdo. Volver es una ilusión del tiempo que nos pone donde antes mostrándonos las diferencias, a veces para que las aprovechemos y otras para que nos demos de nuevo la vuelta. Lo mejor es no confundirlas.