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Frío (elegía)

Solo en la muerte se habla de la vida. El frío del último aliento nos recuerda aquel calor perdido en el que raramente habíamos reparado ni quiera un instante. Un segundo, no más, de las decenas de miles de días que nos legaron como fianza en el minuto 0 de la llegada a este campo de Marte. La fuerza de la costumbre, el ajetreo, la cuenta corriente, los gastos, las prisas, el recibo de la luz; el yo más, el tú menos; la inversión fantástica que estamos a punto de cerrar, el próximo negocio en ciernes o la reunión de la semana que viene… Cualquier minucia por la que vagamos errantes sobre esta esfera insignificante del último rincón de la Galaxia fue reclamo suficiente, renta de caridad, para no atender ni un triste minuto al cálido fluir del aire posado en los umbrales de las fosas de nuestra cara inconstante; siempre de espaldas al tibio y sencillo confort de las dos manos que tenemos delante, que es todo nuestro patrimonio real de ahora en adelante. El frío de las últimas horas, de los días finales, de los recuerdos nebulosos vislumbrados al otro lado del cristal de la cama articulada nos permiten por fin detenernos un instante. Solos en la última estación, solos con el calor que, como vaho de madrugada, se nos escapa minuto a minuto por la rendija oscilante ¡Ay ahí! ¿Qué fue del abrazo? ¿Dónde paró el halago nunca dicho en el susurro de aire? ¿Fue real el rencor enterrado con sangre? ¿Importa la herencia? ¿Tuvo sentido aquella discusión por una llave? Fuimos a juicio ¿Por qué no paré el día de fiesta? ¿Te vi lo suficiente? ¿Te apoyé cuando caíste al infierno de Dante? ¿Amé? Creí perdurar; que sería para siempre, me fallaron las cuentas, los números del debe; nunca llegaré a los 90 con piel de ante.

Solo vivimos cuando morimos. Es la paradoja de Jorge Manrique, de Séneca, de Platón y de Horacio; del mito de Hércules, del hombre que sabe. ¿Qué es la evolución? ¿Es esto la evolución? Se nos olvida contar hacia atrás porque se nos insiste en que siempre debemos ir adelante. Y sin embargo, los retrovisores no son malos; salvan vidas. Dar pasos de cangrejo ayuda a valorar lo que realmente vale; a observar de dónde venimos, a parar, a querer, a disfrutar de un acontecer que nos agrade.

El orden, el rigor, el sacrificio, la lucha, el honor, la fuerza, la determinación, la mano callosa, el folio impoluto, el artículo perfecto, el ‘ni una mancha en el expediente’; la cabezonería, la perspicacia, el debate ganado, el triunfo, la ambición, la reserva, la falsa seguridad, el dominio, las cuentas bien hechas, los riñones forrados, el taco, los euros, la casa más grande, el coche más ancho, el mantener el tipo, el qué dirán, la ira, el no ceder, el ojo por ojo, el yo más que tú, el pasé de puntillas, el nunca me falte, el pecho henchido, el orgullo, la vanidad, el prestigio, el pico de oro, el no hay quien me calle (…) ¿Alguien los ha visto al otro lado de la ventana al abismo del negro Mojave? Ante el último suspiro ¡la guadaña nos ampare! Ahí no cabe nada. Con la armadura oxidada, con el yelmo ajado, con el escudo roto, con las defensas rendidas, con las yagas en carne viva, con los miembros inertes, con la luz que se apaga, con el foco que viene, con la familia mirando, con el destello que alumbra; ahí lo importante se sabe.

Da igual el nombre y el apellido; no importa lo que hicimos; sólo queda la cuenta del trance. Es el cálido confort que nos transporta al último suspiro el que nos da la medida de lo que fuimos. Hombres y mujeres, desnudos, no más, con el culo al aire; tal y como vinimos a este mundo de jade.

Aquella anciana del lecho de la que hablaba Jung o el Doctor Weiss o David Hawkins; Parménides, Platón o García Montero en su reciente desenlace; la que esbozó Einstein sobre un agujero negro que es un bucle sin fin que nos lleva y nos trae de una a otra parte. Una señora anónima, un caballero sin nombre; todos vieron la luz al final del túnel; un único pensamiento les embargó entonces: «Cuan gentil fui, cuanto di, cuanto amé; ¿fue suficiente? ¿Habrá una segunda parte?». Ni siquiera ese es el final de los finales, porque habrá otros mundos, otros caminos, más oportunidades ¿Se nos olvidará todo en el tránsito al lecho de sangre? ¿Recordaremos algo mientras arranca la rueda de nuevo con su flash deslumbrante? Es la única cuestión que cuenta cuando estamos tendidos ante el último aliento con el corazón jadeante.

Vivir, sentir, soñar, olvidar… El ruido que no cesa nos ha seguido por mundos, en siglos de acción trepidante. Ha parado, no más, cuando ya no queda nada delante. No es malo ni bueno, sólo un lugar común al que arribar cuando la parca llame. No queremos hablar de ella porque el frío no es agradable. Como el poli malo, la limpieza del baño, el domingo por la tarde, la vecina ruidosa, cambiar la rueda del coche en la cuneta sin que nadie pare. Sin embargo es necesaria porque nos deja en los huesos a la hora de dar parte. Vivimos muriendo y morimos vivos con deseo anhelante. Despreciamos el fin y cruzamos los dedos tocando madera cuando se nos pone delante. La vida es muerte y el tic tac avanza mande quien mande. La buena noticia es que al fondo de la escalera, en el final de los finales, todos sentimos paz y la calidez de la mano nos arropa para dejarnos seguros en el umbral de la otra parte.

Nota: Por todos los que se han ido en este 2021

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