Opinión | Marcaje en Corto

Roja y expulsión, a la calle por carnicero

Firmaron tablas. En realidad sólo estampó su rúbrica el árbitro de la contienda, una vez concluido el periodo reglamentario. Pero recurrimos figuradamente a esa hipotética firma, que dista del autógrafo hipotecario, del apretón de manos o de un acuerdo explícito tras el duelo fallido.

Firmar tablas, como fumar la pipa de la paz, no siempre es positivo. A mediados de aquello maravillosos 90 se instauró en el fútbol español la norma para que la victoria otorgara tres puntos y no dos. Desde entonces las tablas penalizan, aunque intercaladas con triunfos te proporcionen esa media inglesa que suele catapultarte a la zona alta.

Fumar la pipa de la paz tampoco es recomendable. En estos tiempos, como con el empate futbolístico, el tabaco penaliza. Y mucho. Además de matar, este hábito poco saludable te arrincona socialmente. Pero debiéramos seguir fumando la pipa de la paz, figuradamente, hasta extinguir conflictos bélicos tan sangrientos e injustificables como el que padece desde marzo el pueblo ucraniano.

El jugador enterró el hacha de guerra. Y todavía están buscándolo. El hacha. Lo habían expulsado con roja directa tantas veces que los cronistas no dejaban de referirse a él como uno de los mayores carniceros de la competición. Figuradamente el comentarista conduce hasta el extremo las conductas de determinados deportistas. Va en el sueldo, dicen. En el de estos últimos, no en el del cronista (claro está).

Esa guerra no iba con ella. Porque se las tenían en el extremo. Desde esa línea desde la que volar con pirueta imposible para superar a la portera. A las puertas del Europeo femenino de balonmano, las guerreras volverán a emocionarnos. Nuestra guerra sí va con nosotros. Con este país al que le cuesta con demasiada frecuencia lucir banderas. Y hasta himnos, por la de veces que se nos ha sustituido el constitucional por otros de mal recuerdo.

Ellas lucharán como jabatas. Figuradamente se emplearán como una de esas crías de jabalí que este verano me cruzaba, caída ya la noche, de camino a una fiesta. Las urbanizaciones de la Costa del Sol las tienen como inquilinas, a la caza de algún manjar con el paliar la falta de alimento y la sed que acarrea esta pertinaz sequía.

Son las guerreras, entre las que tenemos siempre a alguna pantera del Costa del Sol Málaga, muy pertinaces en su esfuerzo. Generosas hasta decir basta. Como las internacionales de la selección femenina de fútbol, que con muchas de ellas inéditas en el combinado nacional, le plantaron cara e hicieron morder el polvo a toda una potencia global como es Estados Unidos.

El Europeo de balonmano femenino se disputará a partir de la próxima semana, ya superado Halloween, en Eslovenia, Montenegro y Macedonia, la del Norte. Ahora de tres en tres son los países organizadores. Como apunta a que sean tres los del nuevo Mundial en suelo español, confirmado el triunvirato, también figurado, junto a Portugal y Ucrania. Lo de una única nación como anfitriona ya no está de moda. Se imponen las alianzas de civilizaciones, aunque algunos se empeñen en ir en sentido contrario.

El lenguaje deportivo es rico en matices. De otra manera serían insufribles ciertas retransmisiones. Pienso, luego insisto, en esas disciplinas minoritarias a las que sólo prestamos atención cada cuatro años, con la llegada de los Juegos Olímpicos a las grandes pantallas. Porque la televisión dejó hace mucho de ser la pequeña pantalla.

Le robó la cartera. Al defensa. Y todavía está buscando el balón. Le hizo un caño. Al mismo defensa. Hasta que el zaguero se tomó la justicia por su mano. Verse impotente le hizo soltar un codazo en el siguiente lance. Roja y expulsión. A la calle. No hizo falta el VAR, aunque el expulsado sí que recurrió, ya en la calle, a aliviar el mal rato en el bar. Apoyado en la «barra fija».

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