ENTRE ACORDES Y CADENAS

Lucía García: la promesa andaluza del bel canto

Lucía, cuando canta, no sólo hace música, sino que crea. Es capaz de despertar sentimientos y emociones antaño olvidadas

Lucía creció entre colores. El rojo de los claveles. El blanco de las azucenas. El púrpura azulado de los lirios. Y, durante años, se impregnó de su aroma mientras sus padres, los dueños de aquella floristería, recibían a quienes se adentraban en ese universo encantador.

Allí estaba ella, muchas tardes al salir del colegio, tarareando en silencio las melodías que habían quedado atrapadas en su memoria. Il Divo y su Nella Fantasia, sobre la creación del inigualable Ennio Morricone. Los dúos de tenor y barítono, David Miller y Carlos Marín. Y, en aquel momento, la reveladora interpretación del Nessun Dorma de Paul Potts.

La música le apasionaba. Tanto que, desde muy pequeña, con tan solo tres años, ingresó como coralista en la Escolanía de Lucena. Tenía un talento natural, auténtico, de los que emergen del interior, de lo más recóndito del alma. De modo que, su profesora, en una audición más personal, le dijo que, sin duda alguna, debía dedicarse al cante lírico.

A los seis años, se presentó al Concurso Nacional de los Premios Veo Veo y quedó finalista. Tras ello, participó en Menuda Noche, de Canal Sur. Ganó el concurso Quiero Cantar, de Antena 3. Y, todavía siendo niña, actuó en televisión para la mismísima Montserrat Caballé.

Casualidad, dirían algunos. Fortuna, reconozco yo. Porque fue precisamente en la sala de audiciones bautizada con el nombre de esta excepcional soprano, en el Círculo del Liceo de Barcelona, donde tuve ocasión de escucharla en directo por primera vez. Todo gracias a la Fundación Ópera Actual y a su programa de becas, que permitieron al público de aquella noche primaveral deleitarse con la voz pura y delicada, pero al mismo tiempo intensa y decidida, de quien, a mi juicio, muy pronto recorrerá los escenarios de los teatros de ópera de medio mundo.

Y es que, Lucía, cuando canta, no sólo hace música, sino que crea. Es capaz de despertar sentimientos y emociones antaño olvidadas. Canta y, al mismo tiempo, nos habla, con sonidos y silencios. Basta con escucharla durante un instante para darse cuenta de ello, de que, lo que hace, lo hace con pasión, la única manera de que, al realizarlas, las cosas estén bien hechas. Aquí no hay lugar para los sucedáneos, para lo artificial. Sólo lo genuino sirve. El arte en su más clara autenticidad.

Je veux vivre, de la ópera Roméo et Juliette, de Charles Gounod, fue la primera aria que interpretó, acompañada al piano por Francisco Cholbi. Y luego, Caro nome, una de las más conocidas de la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi. Precisamente perteneciente al papel con el que, según confiesa, querría debutar. El de Gilda, la cándida hija de Rigoletto, el bufón de la corte del Duque de Mantua. Los excepcionales dúos entre padre e hija. Figlia! Mio padre!, en el primer acto. O Tutte le feste al tempio, en el segundo.

Lucía desea, subida al escenario, convertirse por un momento en Gilda. Sentir la emoción de conocer al Duque y, al mismo tiempo, el nombre de una persona por primera vez, pues ni siquiera su padre, el bufón, le había revelado quién era. Amor, pureza e inocencia.

Sólo espero estar presente el día en que esto ocurra. Pues ahora, Lucía, con veinte años, está terminando el segundo año de superior en el Conservatorio de Música de Granada. Y con suerte, que, seguro tendrá, dentro de poco se trasladará a estudiar a Italia, la cuna del bel canto.

La música es lo único que nos puede salvar del declive. Y el arte, en palabras de mi buen amigo Gonzalo Alcoba, también andaluz, al igual que Lucía y yo mismo, por mis orígenes cordobeses, es un instrumento otorgado por los dioses frente a las superficialidades de un mundo cada vez más deshumanizado. Pero igualmente es un poderoso catalizador de los vínculos humanos.

Y esto es algo que debe conservarse a toda costa. La ardua tarea que tienen encomendada los artistas. Los que pintan, los que tiñen de tinta sus libretas sucias y en cuadrícula, los que tañen las guitarras y los que, como Lucía, contribuyen a la necesaria conservación del cante lírico y de la belleza del sonido.

Todo esto merece unas líneas. Las que preceden y las que, durante muchos años, se escribirán sobre ella.

Lucía García, soprano. Y cordobesa.

Juez y escritor

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