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¿Por qué Kosovo y no el Donbas?

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

No se cansa de preguntar el Gobierno de Vladimir Putin por qué lo que se le permitió a Kosovo- su separación de la Serbia de Slobodan Milosevic - no se le deja hacer en cambio al Donbas ucraniano, de mayoría rusófona.

Es una pregunta más bien retórica porque la razón está clara: en el primer caso se trataba de castigar a un país aliado de Moscú al que se acusaba de genocidio como era Serbia y ahora, directamente a Rusia por su invasión ilegal de Ucrania.

España, como algún otro país de la Unión Europea y otros muchos de los demás continentes, no ha reconocido la independencia de Kosovo por razones también obvias: sin el conflicto catalán por medio, se habría mostrado el Gobierno de Madrid en ese asunto tan atlantista como Alemania.

Una Alemania cuyo ministro de Exteriores de entonces, Joschka Fischer, que en su juventud se había dedicado a lanzar piedras contra la policía, efectuó entonces el viraje radical de un partido que había nacido ecopacifista para apostar en la llamada guerra de Kosovo por el intervencionismo humanitario.

Cambio de rumbo llevado a su culminación por la dirección actual de los Verdes y en especial la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, cuyo belicismo atlantista parece molestar últimamente incluso a sus aliados socialdemócratas.

Pero, volviendo al caso de Kosovo, la realidad es que su independencia, con la convivencia forzada de ortodoxos serbios y musulmanes albaneses, se ha revelado más que problemática, algo que ya pronosticaban muchos.

Son así frecuentes los ataques de tipo étnico contra la minoría serbia que vive sobre todo en el norte, violencia que no ha hecho sino empeorar, según muchos, desde la elección en 2021 como primer ministro de Albin Kurti.

Kurti, que se proclama de izquierda y no nacionalista, reclama, sin embargo, el derecho a la autodeterminación del pueblo kosovar, lo que podría llevar, según algunos, a una eventual integración con Albania en un estado único, algo que nunca reconocerá, sin embargo, Belgrado.

Según la diputada alemana Zaklin Nastic, desde que Kurti está en el poder, «no hay diálogo entre Serbia y Kosovo, todo pasa por Bruselas y no hay voluntad de buscar conjuntamente soluciones».

Incluso con el anterior presidente del país, Hashim Thaci, se podría hablar, según confesó a la parlamentaria del partido Die Linke de forma anónima un alto responsable, algo que ya no ocurre con Kurti.

Pero sucede que Thaci, que presidió el país desde abril de 2016 hasta su dimisión en noviembre de 2020, está acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos durante la guerra de Kosovo y permanece en el centro de detención del Tribunal Penal Internacional.

Según ciertos informes, la OTAN y los gobiernos occidentales sabían que Thaci, que lidero el Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) antes de fundar el Partido Democrático, era «un actor clave de la mafia y del crimen organizado en la región balcánica» y utilizó la violencia y la intimidación para mantener el control de la región.

Junto a Thaci deben responder ahora ante el tribunal de La Haya los dos expresidentes del Parlamento Jakub Krasniqi y Kadri Veseli así como el excomandante Rexhep Selimi. Todos ellos están acusados de más de un centenar de asesinatos de serbios, gitanos pero también albaneses opuestos al terrorismo del UCK.

¿Cómo es posible que con tales individuos y sólo para dar una lección a Serbia, la OTAN, es decir Estados Unidos, forzara la construcción en 2008 de lo que es claramente un engendro político? Que sirve además ahora a la Rusia de Putin para acusar a Occidente de doble moral.

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