Mis días marinos

La música en la Generación del 27

La música de la Generación del 27

La música de la Generación del 27 / L. O.

Mariano Vergara

Mariano Vergara

Cuenta Adolfo Salazar en un artículo en El Sol en Junio de 1931, Stravinski y la historia de un soldado, recogido en el Epistolario de Alberto Jiménez Fraud editado por la Fundación Unicaja, que el 11 de ese mismo mes y año se estrenó dicha obra en la Residencia de Estudiantes, dentro de la programación habitual de música. Se trataba de un guiñol con orquesta, traducido por Cernuda, con dirección artística de Vázquez Díaz, dirección de escena de Rivas Cherif, con José Caballero como actor y dirección de orquesta de Ernesto Halffter. Al poco tiempo, el propio Stravinski interpretó en la Residencia la suite de La historia del soldado.

La importancia central de la música en la Generación del 27 marca una de las diferencias fundamentales que separaban a estos hombres y mujeres, del grupo de hombres que compuso la Generación del 98. Nadie puede imaginar al elegante Cernuda, o al claro Aleixandre con el desaliño indumentario de Antonio Machado y tampoco cabe imaginar a Pío Baroja interviniendo en una representación musical. El dolor por España es sustituido por la sensualidad marinera, el sentimiento trágico de la vida por Málaga como un paraíso habitado y las planicies desoladas de Castilla por el ancho Guadalquivir de Andalucía. Quizás lo único que de verdad enlaza a ambas generaciones es su intenso amor a España, expresado de formas casi opuestas, pero patente en la obra de todos ellos.

Hasta épocas muy recientes la música fue considerada como un arte menor y los músicos como una especie de animadores de saraos. Desde las fiestas populares en aldeas y cosechas, hasta los grandes festejos en palacios y catedrales, la música tenía el carácter de mero acompañamiento. Desde la patada propinada en el culo de Mozart por el arzobispo Colloredo, hasta la invención del fonógrafo y el gramófono, la música era una gran desconocida. ¿Cuántas personas oyeron en vida alguna de las grandes composiciones musicales de su tiempo, si solamente podían ser escuchadas en recintos a los que rara vez tenía acceso el pueblo? El final de la I Guerra Mundial, las modernas tecnologías, los nuevos compositores, la influencia del jazz y de la música africana, del tango, del charlestón, el foxtrot, los ballets rusos, la facilidad de viajar y trasladarse, el conocimiento entre los países, la necesidad vital de olvidar los horrores de la guerra, la Gran Depresión y el crack del 29, ocasionaron que el cambio en la forma de vivir fuera absoluto y la música entrara a formar parte de la vida cotidiana.

Y esto también ocurrió en las vidas de los que componían este grupo de creadores en todos los campos artísticos y los músicos, intérpretes y danzantes de todo tipo, pasaron a ser considerados como lo que eran, artistas. Y se fijaron cánones y normas. Incluso en el mundo de la danza, Vicente Escudero impuso las reglas que habrían de seguir los hombres en el baile español.

La música de entonces descansa sobre tres sólidas columnas: una grave figura, que abarca toda la música culta (por llamarla de algún modo), que es Falla. Un crítico, teórico y tratadista, Adolfo Salazar, el primero en la historia de la música española. Y un riente dios, Lorca, que culmina la recopilación de todo el folclore y las canciones populares españolas. Esa es la base sobre la que construir un discurso acerca del panorama musical español de esos años.

La Residencia también ejerció un papel importante en la renovación de la música española, porque representaba unos ideales cercanos a la estética de las nuevas composiciones. En 1930 Gustavo Pittaluga, hijo del doctor del mismo nombre, pronuncia una conferencia bajo el título de Música moderna y jóvenes músicos españoles, el manifiesto creador de la estética musical del momento: «Musicalidad pura, sin literatura, sin filosofía, sin golpes de destino, sin física, sin metafísica (cuando un músico se pone a hacer metafísica echaos a temblar, le salen los truculentos argumentos de las sinfonías de mi tocayo Gustav Mahler)».

Todo ello llevó a una especie de nacionalismo de vanguardia, se compusieron obras para guitarra española, que comenzó su andadura independiente como instrumento clásico, dotado de un nuevo repertorio propio, auspiciado por los ánimos de Adolfo Salazar. Falla era el inspirador de todo ello en su labor de renovación de la música española, Planeaba sobre los músicos españoles una pléyade de compositores, franceses, Satie, Debussy, Poulenc, Faure, Cocteau…Hay un interesantísimo camino de ida y vuelta en la música europea entre España y el resto de Europa, que va desde el mundo renacentista con la chacona y el mundo barroco con la folía o el fandango (Bach, Boccherini, Rameau, Lully…), o la opera del XIX y el nacionalismo ruso, plagados de influencias españolas, hasta llegar a Falla y los músicos del 27 y previamente Albéniz, Granados, o Turina. Ese es el camino directo para encontrar cómo los compositores españoles van a París a buscar los nuevos caminos de las vanguardias y lo que realmente traen en muchas ocasiones es la propia influencia española, pasada e impregnada por Francia. De la misma forma que los pintores, empezando por Picasso, van a llevar a París la tremenda fuerza que nace del fondo clásico del Mediterráneo de dioses, faunos y minotauros y van a traer guitarras y botellas de vino deconstruidas por el cubismo en múltiples planos.

A los componentes del Grupo de los Ocho, habría que incorporar a Mompou, Gustavo Duran, Blancafort y algunos otros, lo que constituye la Generación de la República, cuya estética no es fácil resumir. Habría que hablar de nacionalismo, regionalismo, impresionismo y, a la postre, neoclasicismo, con algún ligero toque de atonalismo. Las formas imperan sobre el fondo, al inspirarse en el barroco ligero de Scarlatti, o Soler a través de sonatinas, pasacalles, divertimentos, fugas, concertos, etc. Los años que van desde 1931 a 1933 constituyen un periodo de pujante creatividad y por vez primera las clases dirigentes y cultas españolas toman conciencia de la importancia de la formación musical de un pueblo.

Como hemos señalado antes el papel de la Residencia en el mundo musical fue extraordinariamente importante. Se sucedían los conciertos y las conferencias por parte de músicos franceses, como Darius Milhaud o Poulenc, hablando sobre nuevas tendencias de la música francesa, mientras los jóvenes españoles intentaban encontrar su propio camino. Aquel camino quedó truncado por la Guerra Civil. Mientras unos marchaban al exilio, otros se unían al nuevo régimen y otros entraban en el mundo de las ventanas cerradas de las ciudades del interior de España. La nostálgica Sonatina de Bacarisse podría acompañar sus vidas ininterrumpidamente. Y sin olvidar al verso suelto del soldado de porcelana, Gustavo Durán, de trayectoria vital mucho más interesante y compleja, que su corta e inexplicada carrera como compositor. Su vida en Las Palmas, su relación con el gran Néstor, su actuación como comandante del ejército republicano en la guerra civil, su dandismo de espía doble, que tiene algo de Wilde, sus años como diplomático y su muerte en Creta, carente de la grandeza de la muerte de un héroe griego, hacen de él un personaje en busca de un nunca encontrado autor.

Y la figura de Falla. Hay un personaje fundamental y poco conocido, que jugó un papel primordial en la influencia que Don Manuel ejerció sobre el mundo del flamenco, junto a Federico García Lorca. Ese personaje es Ángel Barrios, hijo de un cantaor de finales del XIX llamado ‘el Polinario’, Antonio Barrios. ‘Polinario’ tenía una taberna del mismo nombre en la calle Real de la Alhambra a la que acudían personajes de la vida cultural granadina a escucharle cantar flamenco. Mi padre, siempre al día en la vida buena, me contaba historias que había vivido, o soñado en el ‘Polinario’, cuya nieta fue muchos años después embajadora de España. Los cafés cantantes, como el Chinitas de patio circular de columnas de mármol en Málaga y la Venta de Antequera en Sevilla, jugaron igualmente un papel muy destacable desde el siglo XVIII en la profesionalización del cante y el baile flamencos. Ángel Barrios, que era compositor e intérprete, fue la persona que convenció a Falla que viniera a Granada, primero a la pensión Carmona y después al carmen de la Antequeruela Alta. Allí nació la idea de convocar un I Concurso de Cante Jondo, al que Falla consideraba como «el canto primitivo andaluz y expresión del espíritu del pueblo», cosa que hoy niegan los grandes conocedores del flamenco, que afirman que nació en el XIX. Entre ambos convencieron a Federico, que no era un experto en flamenco, pero sí muy sensible al mismo y notable pianista. Lorca sentía el cante, lo amaba y había pasado mucho tiempo recopilando canciones populares españolas y viejos romances y colaboraba estrechamente con la Argentinita en aquel mundo maravilloso de ‘Los cuatro muleros’, ‘La Nana del cabrerillo’, ‘El Vito’, y muchas otras coplillas, que algunos hemos tenido la fortuna de oírlas cantar a nuestra madre y que permanecen guardadas en el baúl cerrado de nuestros corazones desvencijados.

El concurso tuvo lugar en la plaza del Aljibe de la Alhambra en junio de 1922, pero sin la trascendencia que se esperaba. Los convocantes cometieron el error de exigir que los participantes no fueran profesionales, creyendo que así recogían las esencias perdidas del flamenco, que, según ellos, estaría entre la gente del campo y del pueblo. Antonio Chacón, Manuel Torre y la Niña de los Peines asistieron prácticamente como convidados de piedra. Falla y Lorca querían huir de lo que llamaban «alhambristas». A pesar de lo que pensaba Falla, el flamenco no tenía que ser dignificado, porque había nacido digno, lo que había que hacer era convertirlo en música culta. Y para ello era imprescindible contar con los grandes cantaores profesionales, que lo habían depurado, decantado y purificado. Un gaditano inteligente, Álvaro Picardo, organizó y celebró un homenaje al flamenco para cantaores profesionales en Cádiz. Fue un éxito total. Del estudio del mismo surgió la obra ‘De Cádiz y sus cantes’ de Fernando Quiñones, quien con su habitual contundencia escribe que en Granada, además de a algunos grandes artistas, se premió a un conjunto de nulidades.

Estos días hemos tenido en Málaga a Falla, Debussy, Granados, Albeniz, las manos prodigiosas de Perianes, Picasso, Lorca, el recuerdo de los grandes ballets, la danza renovada, órganos barrocos, el brillo en los ojos de los que solo piden vivir una vida hermosa y tranquila. Quizás sea mucho para pedirlo. Posiblemente habrá que exigirlo.

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