MIRANDO AL ABISMO

La imposibilidad de no desear

El deseo es algo tan humano como comer o dormir, que a los humanos no nos resulta posible no desear nada

María Gaitán

María Gaitán

A menudo, cuando se pasan ya los treinta, surge una sensación de estancamiento, de vacío existencial que nos hace entrar en barrena y montarnos en la cabeza el cuento de la lechera. Empezamos a crear hipótesis de cómo habría sido nuestra vida si hubiésemos tomado otros caminos, y claro, es evidente que en estos nuevos caminos que imaginamos todo sale bien, perfecto, y tenemos éxito en todos los ámbitos de la vida.

El deseo ha sido una de las constantes a debate en la filosofía contemporánea. Podríamos empezar hablando de cómo Arthur Schopenhauer, filósofo vitalista, entendía el deseo. En una de sus obras más conocidas, ‘El mundo como voluntad y representación’, el pensador define el deseo como el causante de la eterna insatisfacción del hombre. Según él, desear es una constante en el hombre y cuando obtenemos el objeto de nuestro deseo este deja de interesarnos y pasamos a querer otra cosa. Somos infelices porque deseamos. Por otro lado, en la ‘Filosofía de la Acción’ se entiende el deseo como un futurible, como algo que ocurre en nuestra mente y que queremos que ocurra también en el mundo real. Es una opción de las muchas posibilidades que pueden tener los cursos de acción. Desear es uno de los modos de interacción existente entre nuestra mente y el mundo real, con la salvedad de que el deseo nos permite abarcar cosas que no existen como, por ejemplo, desear ver un unicornio o un dragón. El deseo en la ‘Filosofía de la Acción’ no aspira a gobernar nuestra conducta, como si lo hace en la filosofía de Schopenhauer. En lo que sí parecen estar de acuerdo las dos corrientes de pensamiento es en que el deseo es algo tan humano como comer o dormir, que a los humanos no nos resulta posible no desear nada.

Yo no sé si es porque soy un poco catastrofista y cuando me pongo a imaginar las diferentes posibilidades que no tomé tiendo a verlas por el lado malo, o puede que sea porque no suele haber una correspondencia entre mi deseo y el mundo, que soy propensa a no pensar en las posibles realidades paralelas, o en sí tomé la mejor decisión.

Aún así, siendo honesta con mi generación y conmigo misma, he de decir que hemos pasado por dos crisis económicas, políticas y sociales, que nuestro esfuerzo por educarnos y tener carreras y estudios de postgrado e idiomas y cursos de formación no ha servido de mucho. Que quien no se prepara unas oposiciones para tener una estabilidad laboral tiene que tener tres trabajos para llegar a los mil euros, que los alquileres no están a nuestro alcance, que vivimos peor que nuestros padres, que la marea verde de educación no consiguió nada, que el 15M tampoco y que ante esta situación desear es lo único que nos queda.

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