Tierra de nadie

De todos modos

Soy capaz de imaginar una casa vacía, una habitación vacía, un ataúd vacío, pero no un cuerpo vacío

Juan José Millás

Juan José Millás

La madre golpea la frente del niño como si llamara a una puerta: -Toc toc -dice-, ¿hay alguien ahí dentro?

El niño ni se altera. Estamos en el metro, a media tarde, con el vagón prácticamente vacío. Hay asientos libres. La madre y el niño ocupan el que se halla frente al mío. La pregunta de la mujer me inquieta. ¿Podría ser que no hubiera nadie dentro de ese cuerpo o, peor aún que hubiera un niño distinto al que ella espera encontrar? Si a mí me hiciera alguien la misma pregunta, respondería enseguida:

-Estoy yo.

Es lo que contestamos cuando llaman a la puerta del cuarto de baño.

-Estoy yo.

Todo el mundo es ‘yo’. ¿Pero quién es yo?

La madre, tras revisar durante un rato los mensajes del móvil, vuelve al ataque:

-Toc toc, ¿hay alguien ahí dentro?

El niño continúa impasible. La mujer y yo nos miramos, nos sonreímos.

-No hay nadie -bromeo.

-No diga eso -responde ella-. ¿Se imagina el cuerpo de un niño vacío?

La idea del cuerpo vacío vuelve a inquietarme. Soy capaz de imaginar una casa vacía, una habitación vacía, un ataúd vacío, pero no un cuerpo vacío. En esto, el niño, como si hubiera leído mis pensamientos, dice:

-Los muertos están vacíos. No hay nadie dentro de ellos.

-Ya estás otra vez con los muertos -se queja la madre. Luego, volviéndose hacia mí, aclara:

-Le encanta hacerse el muerto.

-No es que me encante -protesta el crío-, es que estoy muerto, por eso no contesta nadie.

La mujer y yo sonreímos de nuevo, pero mi sonrisa es muy pálida. Estoy verdaderamente espantado. En ese instante llegamos a una estación que no es la mía, pero en la que me bajo de todos modos.

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