Crónica

Felipe y el partido más votado

Felipe González,  en un acto sobre pactos electorales

Felipe González, en un acto sobre pactos electorales / FERNANDO VILLAR

Antonio Papell

Antonio Papell

Es cierto que González, en 1996, tuvo opciones de seguir gobernando en las elecciones de aquel año y no lo intentó siquiera. En las generales de 1996, perdió por una pequeña diferencia ante el PP: el PSOE consiguió el 39,17% de los votos (9.716.000) y 156 escaños, y el PSOE el 38,00% (9.426.000) y 141 diputados. El PSOE podía haber seguido gobernando con relativa facilidad, ya que IU consiguió 21 escaños; CiU, 16; PNV, 5; CC,4; BNG, 2; HM, 2; y ERC, EA y UV uno cada uno. Pero Felipe ni siquiera lo intentó. Había tenido que adelantar las elecciones porque CiU, socio de los socialistas después del magro resultado de estos en 1993 (todo el mundo esperaba ya que Aznar ganase por el desgaste del PSOE pero no fue capaz), y prefirió no interferir en una alternancia que habría de llegar antes o después. Semejante comportamiento, elegante y señorial, no significa que González se adhiera a la simplificación de que gobierne «el más votado» por sistema. Y menos aún después de la transformación del sistema de partidos, el fin del bipartidismo y la existencia de más partidos estatales con representación (ahora cuatro, tras la desaparición de Ciudadanos). Sobre todo después de lo sucedido cuando un sector del PSOE impuso el apoyo a Rajoy en 2016, tras defenestrar a Sánchez.

Hoy, para bien o para mal, hay que superar la visión bipartidista que se mantuvo hasta las elecciones de 2011, estas incluidas, y es preciso interpretar las elecciones generales como una confrontación entre bloques. Si el Partido Popular se encuentra en la tesitura de que solo puede apoyarse en Vox –una escisión propia radical-, el problema es del ámbito conservador, que ha alumbrado, acunado y alimentado al monstruo.

En todo caso, la democracia no admite marrullerías: el Partido Popular ya se ha puesto en manos de Vox y este viaje no tiene por ahora retorno, pero si un día renunciase a esta alianza espuria, como hace la CDU/CSU con AfD, cabría, en una situación límite, la ‘gran coalición’ a la alemana, aunque hoy evidentemente, no se den en absoluto las condiciones.

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