TRIBUNA

Mujeres diana

Nadie hubiera apostado que la política feminista del Gobierno terminaría siendo su principal debilidad

La ministra de Igualdad, Irene Montero.

La ministra de Igualdad, Irene Montero. / EP

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

Nadie hubiera apostado que la política feminista del Gobierno terminaría siendo su principal debilidad, después de los años de acoso y derribo en tiempos de pandemia, del alineamiento con los países europeos contra la invasión y sus costes comerciales e inflacionarios. Es al final de la legislatura cuando el error normativo del solo sí es sí dinamita la coalición de Gobierno, al propio Unidas Podemos, y divide al movimiento feminista, muy fracturado por las luchas trans. Y a todo esto, los antiigualitarios y los de sí, pero más femenino que feminista, ejerciendo de adalides en defensa de la mujer desde esa visión protectora y condescendiente de los que no han entendido de qué va la igualdad.

Hay un principio absoluto si crees en eso, y es el de no utilizarnos como mercancía electoral, como trueque en los pactos políticos, o como promotoras de los delitos de odio por llevar la falda muy corta o la lengua muy afilada. El país tiene multitud de problemas que atender, el acompasamiento de los datos macroeconómicos a las economías particulares, la transformación energética, la vivienda, y, en general, los nuevos cambios en el consumo de esta generación que explotó la burbuja del siempre más, y así una lista inacabable de tareas.

Pero no, el debate de las generales, además de sobre qué líder va a qué programa de televisión que nos tiene sin dormir a todo el país, gira sobre nosotras, si reivindicamos mucho y mal y por eso hay señores que se sienten agredidos, sobre los hijos que debemos tener, sobre cuánta violencia psicológica, económica o física hay que soportar para que te crean, a quién quieres y si esa es la manera correcta de amar. Déjennos en paz, que algunas nos sentimos como un Orlando inverso, ahora que Virginia Woolf está vetada por la extrema derecha, y desearíamos ser varones por un tiempo para no seguir aguantando tanto foco y tanta sentencia sobre nuestras vidas.

Hay veces que una quiere el derecho al olvido, porque lo que oye resulta tan insultante que prefiere escapar. Le podría contar al señor Feijoo qué es un divorcio duro, cuando se aclare con el precio de las naranjas, que no le querría quitar tiempo de la campaña -las mujeres somos de poco molestar, ya sabe-. Le podría dedicar días, los que han tenido que soportar mis resignados amigos, le podría contar que en la crudeza no hay títulos universitarios ni posición social que valgan, y eso encontrando siempre escucha y profesionalidad en aquellos a los que les toca intervenir en un divorcio duro. Que nos presten la misma atención que a un señor de Cuenca de 50 años, esa es la aspiración. Y a poder ser que no nos agredan ni a él ni a mí.

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