CALEIDOSCOPIO

Viva Puigdemont

El daño está ya hecho y de él son responsables los dos grandes partidos españoles, ésos a los que se les llena la boca hablando de la Constitución

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont.

Julio Llamazares

Julio Llamazares

Que la gobernabilidad de un país de 48 millones de personas esté en manos de un prófugo de la justicia de ese país es la demostración de que algo falla en él. Podremos argüir lo que queramos, pero nadie imagina que la elección de un Papa dependa de un cardenal expulsado de la Iglesia por su deslealtad con ella o que la reforma de un edificio la decida ese vecino que no paga los recibos ni asiste nunca a las reuniones de la comunidad. Pero en España, país en el que todo lo que se puede imaginar sucede, hemos llegado a esa situación. Si alguien nos lo hubiera dicho hace solo un mes habríamos pensado que estaba haciendo ciencia ficción, pero la ciencia ficción se ha hecho realidad y aquí estamos todos los españoles pendientes de lo que decida en Bélgica un personaje que, tras poner al país al borde del enfrentamiento civil, escapó de él en el maletero de un coche dejando a sus consejeros tirados y desde entonces vive un dorado exilio pagado por todos que ya hubieran deseado otros miles de españoles que tuvieron que exilarse, ellos sí, por la persecución de una dictadura. Ni siquiera Manuel Azaña, el presidente de la República Española, disfrutó de la confortabilidad de la que Puigdemont disfruta en su exilio belga en los pocos meses que lo vivió.

Pero si la situación descrita es grotesca (por no usar otro calificativo) no lo es menos el espectáculo que ofrecen en estos días nuestros políticos mendigando abierta o veladamente el apoyo de alguien al que hasta hace muy poco calificaban de desleal –los más moderados– o de traidor y cobarde, los más directos. Ver a políticos democráticos haciendo guiños a un prófugo de la justicia para que les ayude a llegar al poder de un Estado al que desprecia y al que se enfrentó en su día es tan patético y bochornoso como leer las declaraciones del cortejado afirmando que no se fía de los partidos políticos españoles (él, que traicionó su palabra privada y públicamente en numerosas ocasiones y que incumplió su obligación como presidente de Catalunya de cumplir y hacer cumplir la ley en el territorio como se comprometió en la toma de posesión de su cargo).

Ocurra lo que ocurra finalmente en la investidura a la presidencia del Gobierno español (de momento, el cortejo era solamente para la constitución de la mesa del Congreso, que presidirá finalmente una socialista), el daño está ya hecho y de él son responsables los dos grandes partidos españoles, esos a los que se les llena la boca hablando de la Constitución y la ley y que no dudan en retorcerlas o en incumplirlas directamente cuando les interesa como han vuelto a demostrar negociando su interpretación con un huido de la justicia que además les insulta diciéndoles que no son de fiar. El resto de los partidos, tanto los que se oponen a esas negociaciones frontalmente, incluso los que desearían, como Vox, ver a Puigdemont colgado (metafórica o realmente), como los que defienden sus mismas ideas independentistas, una opción tan legítima y democrática como cualquier otra siempre que se persiga de forma legal, son solo los comparsas de un espectáculo tan bochornoso que debería avergonzar a sus protagonistas en lugar de presentárnoslo a los españoles como el ejercicio natural de la democracia, esa palabra que lo justifica todo. Menos mal que las vacaciones nos lo suavizan y alejan y que ya estamos curtidos en el filibusterismo, esa variante de la flexibilidad que tan bien dominan y ejercen nuestros políticos, que, eso sí, se la achacan siempre a sus opositores reclamando para sí la santidad. Viva Puigdemont. 

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