Viento fresco

Un selfie, Yolanda

Yolanda Díaz.

Yolanda Díaz. / L. O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Yolanda Díaz trata sin éxito de reunirse con Marta Rovira en Ginebra. Qué manía tiene esta mujer con verse con prófugos en el extranjero. Con lo agradable que es quedar con alguien legal a tomar unas cañas. Díaz está dispuesta a celebrar reuniones con todo el mundo menos con Irene Montero, a quien ha vetado y no votado y a quien no quiere de ministra. El partido de Rovira, que a estas jarturas no sabe uno cuál es pero en su día fue ERC, le ha dicho nones a la foto y no sabemos si la líder de la izquierda se ha dedicado entonces a hacer turismo por el lago Leman o si ni siquiera ha llegado a ir a Suiza, donde no atan los perros con longaniza pero sí los ahorros en negro de medio mundo. Todo es puntual en Suiza salvo Rovira, que plantando así a Yolanda Díaz demuestra su españolísima y castiza informalidad.

A Díaz la podrían nombrar titular de Exteriores para que así diera rienda suelta a su gusto por viajar. Debe ser la única turista que en lugar de tomarse fotos con los monumentos se las hace con los desertores.

Con la foto de Marta Rovira trataba de no poner muy celosos a los republicanos, con importante ataque de cuernos tras la que la líder de Sumar se hizo con Puigdemont, que debe estar reforzando el servicio de catering de Waterloo con tanta visita, incluida la de Andoni Ortuzar, líder del PNV, que no perdona un traspaso de competencias ni un almuerzo. Yolanda Díaz tiene carrete para rato pero se le ha estropeado una foto. Hasta los de ERC extraoficialmente han dicho que «no es momento de perder el tiempo en gesticulaciones». Están los republicanos como para dar lecciones de tics. Prefieren la discreción, si bien esa falta de discreción con Puigdemont, esa validación como actor político, lo que ha hecho es redoblarle las fuerzas como negociador. Hasta le ha mejorado el arte de posar, que ya quisiéramos los que siempre salimos mal en las fotos. Como buena negociadora sindicalista, Díaz es tozuda. Seguirá buscando fotos, prófugos y protagonismo. Un hobby como otro cualquiera que sin embargo no va a granjearle likes en Instagram, que es el verdadero objetivo del más pintado. Se ve que el proletariado es menos fotogénico.

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