Oblicuidad

Karikó, una nobel hecha a sí misma

Las limitaciones impuestas por los inquisidores no conceden un mérito adicional a sus resultados, sino que han amputado descubrimientos prometedores

Matías Vallés

Matías Vallés

Los egos científicos son la principal barrera contra el progreso», sentenciaba Katalin Karikó antes de ganar el Premio Nobel de Medicina por su obstinación con los méritos inmunológicos del humilde ARN mensajero, en contra de la ortodoxia que privilegiaba al señorial ADN. La dictadura académica, canalizada a a través de la ignorancia sistematizada desde la Universidad patibularia para que nadie se aparte del carril, proscribió a esta húngara quijotesca que ha volatilizado obstáculos gigantescos.

Karikó es una Nobel hecha a sí misma. Creció viviendo con su familia en una sola habitación, estudió sin agua corriente ni nevera, se doctoró en una universidad secundaria, su primer contrato estadounidense le pagaba quince mil euros al año, por dos veces le segaron y secaron las vías de financiación, la despojaron de su rango universitario mientras superaba un cáncer y criaba a una hija que hoy es doble oro olímpico en remo, cocinaba con un presupuesto semanal de 25 euros para toda la familia. Su investigación era valiosa por heterodoxa, contenía todos los parámetros del negacionismo ampliado que los guardianes de la pereza endosaron a la inspiradora de la vacuna contra la covid. Su antídoto psicológico es tan elemental y efectiva como los productos de su ARNm. «Si te despiden, no entres en pánico».

Los ególatras denunciados por Karikó la exhiben hoy como el ejemplo de que la calidad de la investigación siempre acaba por obtener recompensa. Falso, la atención depositada en esta Nobel por méritos exclusivamente propios demuestra la excepcionalidad de su trayectoria, equivalente a Einstein en su Oficina de Patentes de Berna y pocos más. La Academia preferiría tener razón, a costa incluso de la vacuna contra la covid. Exigía el fracaso de la húngara emigrada a Estados Unidos, con sus magros ahorros en el peluche de su hija.

El exfiltramiento de Karikó solo confirma el triunfo de la dictadura endogámica científica, donde el 99 por ciento de los disidentes son aplastados sin miramientos. Exhibirla hoy como un símbolo de sus colegas somnolientos es tan repugnante como atribuir los éxitos de esta Madame Curie polaca a la dureza de su formación. Las limitaciones impuestas por los inquisidores no conceden un mérito adicional a sus resultados, sino que han amputado descubrimientos prometedores que hubiera logrado alumbrar en condiciones favorables.

Hasta donde se ha divulgado, ni uno solo de los verdugos de la premiada con el Nobel ha perdido su cargo por flagrante ineptitud. Al contrario, serán elevados a tribunales supremos, como la magistrada que encerró durante años sin motivo a Sandro Rosell. La valoración de Karikó sobre sus méritos es un humilde «¿a quién le importa? Nadie conocerá mi nombre de aquí a un siglo». Es la misma respuesta que da Woody Allen, condenen ustedes mismos.

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