Tribuna

Algo habrán hecho

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Ahora que la anunciada entrada de Israel en Gaza va a hacer a los judíos mucho más impopulares de lo que ya lo son (entre los ultras de izquierda y de derecha), no faltará quien diga que algo habrán hecho para ganarse esa ojeriza. Aparte de librar tenaces guerras con los árabes, que es lo que los convierte en noticia recurrente.

Alguna que otra cosa han hecho, en efecto, para los pocos que son. Si las cuentas no fallan, sumarían unos 15 millones en todo el mundo, es decir: menos de un 0,2 por ciento de la población de la Tierra.

Pese a ese exiguo número, alrededor de un 23 por ciento de los Nobel concedidos desde la institución de ese premio han ido a parar a científicos, economistas, literatos y artistas de origen hebreo. El último de ellos, Drew Weissman, lo obtuvo este mismo año por el desarrollo de la vacuna contra el Covid-19, junto a Katalin Karikó.

No es de extrañar tan desproporcionado número de premios si se tienen en cuenta las aportaciones de los judíos –y también de los israelíes– a la ciencia y al progreso en general.

Judíos fueron los creadores de la inmunología moderna y los descubridores de las vacunas contra la poliomielitis, la hepatitis B y el antes mentado covid. También se deben a ellos trabajos fundamentales sobre las vitaminas y la estructura del ADN, además de otros hallazgos más conocidos –gracias a la popularidad de Einstein– como la Teoría de la Relatividad.

Tampoco ha sido menor su papel en el plano de las ideas y de las creencias. Uno de ellos, Karl, ideó el marxismo que se deriva de su apellido; pero mucho antes de eso habían participado ya en los orígenes del cristianismo, que el provocador Borges definía como «un conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y a Aristóteles».

Imaginación nunca les ha faltado, cierto es. Lo demuestra su abrumadora contribución al imaginario colectivo del mundo por medio de la fábrica de sueños que es el cine. Ahí han dominado desde siempre los platós con nombres del talento de Billy Wilder, Steven Spielberg, Stanley Kubrick, Woody Allen, George Cukor, Fritz Lang, Otto Preminger o Román Polanski, por tomar unos pocos nombres al azar.

Ni siquiera la cuarta revolución tecnológica en curso se entendería sin la presencia de los judíos. Buena parte de las empresas de Silicon Valley fueron fundadas por ellos. El sabelotodo Google, un suponer, fue creado a medias por un judío de Nueva York y otro nacido en la URSS. Y los que frecuenten redes como Facebook o Whatsapp ya sabrán –o tal vez no– que son cosa del israelita americano Mark Zuckerberg.

Visto lo mucho que influyen sus ideas y hallazgos en la vida diaria de cualquier vecino del planeta, sobra un poco preguntar qué es lo que esta gente históricamente tan perseguida ha hecho a favor del progreso.

A pesar de eso, y de los pocos que son, padecen una mala prensa que con toda seguridad aumentará en las próximas semanas. Quizá Sigmund Freud hubiese podido dar con la clave de esas fobias, pero también era de ascendencia judía y por tanto poco de fiar para los judeófobos. Solo es de esperar que un pueblo tan imaginativo descubra algún día la fórmula de la paz. No se lo ponen fácil.

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