La plaza de Camas va mejorando algo, la vida se abre paso, los niños toman el parquecito al atardecer, gritando mientras tientan a la suerte y desafían a la ley de la gravedad; han surgido nuevos negocios y terrazas y hasta un pub british y un mexicano algo hortera. Ya no entran los ardores, las pocas ganas de vivir y el asco de épocas muy pretéritas, cuando todo era mugre y ecos de abandono. Cucaracheo. Hace tiempo, llegó la remodelación, hará unos años, desacertada, con unos parterres inverosímiles tal vez para las cagadas de perro o para revolcones verticales de parejas poco pudorosas.
La frondosidad ha llegado ahora a esos bancales y aunque hay todavía locales vacíos y zonas desvencijadas, el ambiente es mejor. Pese a lo feo de no pocas fachadas. Otras se han rehabilitado con gusto. Plaza fallida. La gente transita hacia el mercado de Atarazanas o en dirección al parking o para ganar la calle Cisneros o Especerías, hay trasiego, ya no existe el miedo al atraco, al yonki o al putero. También han abierto algunas cafeterías no exactamente en la plaza, pero sí en los alrededores, que atraen a turistas pudientes, dado el precio del café y la bollería, lo que asegura un cambio de personajerío humano. De los millones de carajillos que debieron despacharse durante décadas hemos pasado a la tostada con aguacate y el pan hecho de una masa que solo puede pagar su madre.
Camas está aún en esa zona un pelín no tan turistificada, no es calle Granada o Bolsa y también le van llegando ambiente de la nueva Carretería y Álamos, que van siendo igualmente modernizadas a velocidad tortuguera o tortuguesa. Me gusta atravesar Camas a mediodía, aunque cuando la atravieso es por la mañana temprano. La gente va con bolsas o a por una caña, hay más ambiente y lo feo que pudiera haber en el paisaje urbano se compensa u olvida observando el paisanaje, asunto siempre la mar de entretenido. No es ciudad precisamente azotada por la escasez de personajes singulares o llamativos forasteros.