Viento fresco
Ropa de otoño
A veces hago el cambio de armario solo para poder escribir una columna sobre el cambio de armario
Algunos años hago el cambio de armario solo para poder escribir después una columna sobre el cambio de armario. La cosa se retrasa cada vez más. Antaño, por mediados de septiembre ya había que ir desempolvando el abrigo, guardando los bañadores, encerrando las camisetas, resucitando los calcetines. Ahora si te descuidas, en algunas latitudes el frío es una entelequia que sirve para dar conversación: a ver si llega el frío, qué calor para esta época del año. O para chistes: este año el invierno cae en jueves. Las playas y piscinas han estado llenas en octubre y los bañadores se iban resistiendo a la pena de cajón. Dice Virginia Woolf en su libro ‘De viaje’ (Nórdica), un diario sobre sus zascandileos por el interior de Inglaterra, Italia, Grecia y España, que «a veces hace un frío de esos que luego se te olvida». A nosotros lo que no se nos olvida es el calor pero sí la manera de escribir el apellido de esta escritora, siempre tiendo a ponerlo con una o de más, Wooolf, como si fuera un grito, un cántico de gol prolongado y extraño. Manías de la mente de uno, taras del subconsciente. No sabemos el cambio de armario que haría Woolf, que más bien iría cambiando de coche y de tren, de autobús. La anotación del tiempo es una constante en el volumen con predominio tal vez de la descripción de fríos, humedades, ventiscas y lluvia. No te deja frío su prosa.
El cambio de armario no ha de hacerse en domingo por la tarde, dado que a la proverbial zozobra que ese momento de la semana trae consigo, se añade un trabajo fatigoso y melancólico que torna el recuerdo de las vacaciones en una mini depresión soporífera. Más bien conviene acometerlo un sábado temprano, uno de esos sábados luminosos de octubre en los que tenemos planes para hacer deporte, almorzar con amigos, planes para pasar la tarde en una feliz burbuja achampanada o en una confortable sala de cine. Así tendremos la sensación del deber cumplido (del armario cumplido) y todas las expectativas por delante.
A lo mejor usted no cambia nada en los armarios y le cabe todo en uno o ha decidido que también usará las finas camisas en el otoño, poniéndole, eso sí, un suave y vistoso jersey encima. Los armarios dicen mucho sobre las personas, lo que pasa es que como nada más que lo ve esa persona pues esa información no circula mucho. A las parejas les interesa más mirar en el móvil del otro que en su armario. Hay armarios anárquicos, ordenadísimos, coloridos, optimistas o primaverales. Los más pudientes tienen vestidor y allí alinean los trajes, en una larga fila, que pareciera un ejército textil dispuesto a invadir el resto de la casa. Tal vez lo hagan durante la ausencia de sus moradores. Buscando camisas con las que ligar, zapatos con los que poder al fin caminar o armarios en los que poder dormitar.
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