MÁLAGA DE UN VISTAZO

Hell o win

Una imagen de la guerra en la franja de Gaza.

Una imagen de la guerra en la franja de Gaza. / MOHAMMED SABER

Jordi Cánovas

Jordi Cánovas

Por las calles niños y padres pasean cogidos de la mano disfrazados de fantasmas, monstruos y personajes de películas de miedo. El terror como aliado, casi cómico y festivo, envuelto de caramelos y amigos, las caras pintadas, locales y aulas decorados con telarañas, calabazas, calaveras, vampiros y payasos de sonrisa áspera. Halloween ha invadido Occidente con su invitación a una celebración más infantil y menos ceremoniosa del día de todos los difuntos. La noche es menos oscura si uno se viste de negro, la muerte asusta menos si la disfrazas de entretenimiento. Arriba la luna llena aúlla y vacía sus miedos. Abajo la tierra repleta de conflictos grita y se llena de agujeros. Por las calles de Oriente Medio no pasea más que el miedo, niños y padres se buscan y encuentran entre los muertos, allí los monstruos explotan su rabia contra el suelo, allí se filma el terror sin efectos especiales, ni dobles de acción, demasiados extras para tan pocos protagonistas, cuánto metraje le queda todavía a este violento documental del horror de la vida. Allí se quitan las caretas e infunden mayor miedo. Allí el día de todos los difuntos se maldice a diario, allí no hacen falta decorados, los escombros, el fuego, el miedo, las pérdidas, la impotencia, y la masacre configuran el mismísimo infierno y arden las llamas de la venganza en su macabra danza alabando al cielo. Cuántos daños colaterales justifican querer dar en el blanco. Cuántas veces tiene que morir el bueno por no poder acabar con los malos. Cuántos días, cuántos años, cuántas décadas se puede seguir intentando acabar con un problema de la misma manera sin darse cuenta de que esa no es la forma. Cegados por el odio y conducidos por una venganza que se retroalimenta, la paz es un fantasma llena de almas muertas. Todos los dulces son caramelos envenenados, no hay truco. No hay trato.