Tribuna

Blinken, misión imposible

Antony Blinken.

Antony Blinken. / EFE

Luis Sánchez Merlo

Luis Sánchez Merlo

Antony Blinken (Nueva York, 1962), secretario de estado de Estados Unidos, convertido en emisario para todo del presidente Biden, es hijo de un superviviente del Holocausto, canta y toca la guitarra en una orquesta de rock y es padre de dos hijos.

La actividad febril de AB está siendo particularmente intensa con dos guerras abiertas (Rusia-Ucrania; Israel-Hamás), sin alto el fuego a la vista, que ocupan todo su tiempo.

Desde el ataque terrorista de Hamas, AB reafirmó el derecho y la obligación de Israel de defender a su pueblo «ningún país puede ni debe tolerar la matanza de inocentes». Equidistante, también dejó claro que las muertes de palestinos e israelíes son trágicas.

Esta declaración previa implica que no pedirá a Israel que se rinda ante el terrorismo, ni permitirá que su aliado ignore la necesidad de abordar las aspiraciones palestinas.

Cuando vio el vídeo de la masacre del 7/10 se sinceró con los periodistas: «Es sorprendente y chocante que la brutalidad de la matanza haya retrocedido tan rápidamente en la memoria de tantos. También he visto imágenes de niños palestinos, sacados de entre los escombros de los edificios. Cuando los miro a los ojos a través de la pantalla del televisor, veo a mis propios hijos ¿cómo no hacerlo?»

Blinken sabe, «me acerco a Israel como judío, no como secretario de Estado», que no hay una solución fácil para el dilema planteado: ¿cómo puede Estados Unidos apoyar el derecho de Israel a existir y evitar futuras atrocidades, y al mismo tiempo proteger las vidas de los palestinos?

Hay políticos que insisten en que Israel debe detener la guerra antes de eliminar a Hamás, sin meter en la ecuación que pondría vidas judías en riesgo extremo porque el grupo yihadista se incrusta entre civiles inocentes.

En el otro extremo, no dan valor a las vidas de los palestinos, intentando absolver a Israel de cualquier responsabilidad de minimizar las bajas. Eso quebrantaría una regla cardinal del derecho de guerra que exige a los combatientes diferenciar entre objetivos militares y civiles.

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El tándem Biden-Blinken, que podría tener implicaciones sucesorias futuras, se enfrenta a la imposible tarea de evitar esos dos extremos.

Tras aquella precipitada declaración de apoyo incondicional, sin prever lo que vendría después, Biden rectificó insistiendo en la necesidad de que Israel actúe de acuerdo con el derecho internacional humanitario y haciendo hincapié, en que la protección de los civiles debe llevarse a cabo no sólo en Gaza, sino también en Cisjordania.

El diplomático, tenaz y minucioso, que opera en un debate político encarnizado —con matices inverosímiles—, ha instado a hacer «pausas» humanitarias y la respuesta recibida del primer ministro israelí, fue que no habría alto el fuego sin un intercambio de prisioneros.

Convencido de que; sin una resolución permanente al deseo de independencia y autogobierno de los palestinos; la violencia continuará, es de suponer que intensificará la presion al gobierno israelí para que piense en el «día después», cuando termine la guerra.

La política oficial de la administración Biden es la solución de los dos Estados. Para Blinken, el mejor camino viable —de hecho, el único— pasa por ese efugio. Una pregunta subyace: ¿esa solución tiene alguna viabilidad?

Presupone la existencia de un Estado palestino que esté dispuesto a coexistir con el Estado de Israel y que pueda controlar a los posibles terroristas yihadistas que surjan dentro de sus fronteras ¿quién dirigiría ese Estado?

La realidad actual es un Estado (Israel) y dos guetos (Gaza y Cisjordania). La opción lógica para los palestinos habría sido Cisjordania, pero al menos la mitad ha sido tomada por colonos israelíes bajo los auspicios de un gobierno de ultraderecha y Gaza está siendo destruida.

Así que ¿dónde podrían vivir decentemente los palestinos no violentos? ¿cómo se distingue entre terroristas armados y civiles inocentes? Como explicó el embajador israelí en Washington en Face the Nation, las cuentas de Hamás sobre el número de civiles heridos y muertos son poco fiables y pueden incluir a terroristas armados.

No hay nada que impida a Israel anunciar que detendrá todos los nuevos asentamientos israelíes en tierras palestinas y trabajará para negociar una reducción de los existentes. Sin eso, Israel seguirá siendo un actor no creíble, que se autoproclama «democracia» con derecho a la autodefensa, mientras sus acciones indican lo contrario.

Por mucho empeño que le ponga Blinken, no basta con derrochar empatía. Es preciso que quien tiene el ejército más fuerte, armas nucleares y los aliados más imponentes, hospede brújula moral.

EEUU tiene que endurecer su postura, frenando a su amigo, ya que Israel estaría haciendo lo que pretende Hamás, que está utilizando a su población como moneda de cambio y poniéndola en peligro como escudos humanos. El resultado, creciente alienación de las opiniones públicas occidentales.

A lo largo de los 75 años de existencia del Estado de Israel, los palestinos han tenido oportunidades de formar un estado pacífico pero nunca han avanzado un ápice en esa dirección.

En 2009, Israel les ofreció el 94% de lo que pedían para tener una solución de dos Estados. Lo rechazaron con argumentos remotos: dividía Palestina en cinco o seis mini-enclaves y les tocaba pasar por múltiples puestos de control israelíes para ir de uno a otro; y ponía todos los acuíferos en manos hebreas, permitiéndoles cerrar el grifo cuando quisieran.

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Hay unos 14 millones de judíos y 1.500 millones de musulmanes en todo el mundo. Si 6 millones no hubieran sido ejecutados durante el Holocausto, el número de judíos hoy sería de unos 60 millones.

¿Puede un judío-estadounidense negociar en nombre del pueblo norteamericano en un conflicto que involucra a árabes y judíos?

En una orilla, la respuesta es: «De ninguna manera un palestino va a confiar en el aliado de quien ha robado su tierra». En la otra: «Los lazos ancestrales de Blinken con el Holocausto nazi le convierten en una voz más creíble cuando denuncia el horror que se está infligiendo a los palestinos».

Sube la tensión entre el gobierno israelí y su mayor apoyo militar. La administración Biden, cada vez más preocupada por los planes de Israel para una Gaza posterior al conflicto, se opone a una ocupación israelí indefinida del enclave.

Después de que el primer ministro israelí prometiera que Israel asumiría la responsabilidad de la seguridad de Gaza «durante un periodo indefinido», Blinken afirmó en el G7, reunido en Tokio, que Gaza no puede seguir siendo dirigida por Hamás, Israel no debe volver a ocupar Gaza, no cabe reducir ese territorio, no debe haber ningún desplazamiento forzoso de palestinos de Gaza, ni ahora ni después de la guerra y no habrá reocupación.

Los gazatíes —así como los gobiernos egipcio y de otros países árabes— han expresado su preocupación por que Israel intente expulsar a los palestinos del territorio durante la guerra y no les permita regresar. En resumidas cuentas, una situación imposible que no tiene fin.

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