725 PALABRAS

Volar

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

La vida es una colección de instantes que pasan volando, quizá más para los alígeros que para los ápteros, aunque, a veces, volar tenga más que ver con los sueños y las ensoñaciones que con los vientos portantes y las alas. La historia es testigo perpetuo de las grandes almas volanderas que con sus plumas, las de escribir, y sus diapasones, dejaron sobrada constancia de que los límites emocionales existen para ser sobrepasados y desnaturalizados. El vuelo al que aludo, en esencia, tiene todo que ver con renacer sin haber muerto nunca. O sea, el milagro de una resurrección sui generis.

Tan volar es el estilizado medio de desplazamiento de las gaviotas como el del particular mundo de la imaginación, cuando ésta se eleva por entre los espacios infinitos para cumplir fielmente consigo misma.

A veces, sumido en el pseudosilencio que es posible en nuestros días, oigo el revoloteo grácil de mis ideas en mis adentros; ideas que, curiosamente, a veces, cuando me detengo a escucharlas, desaparecen, para volver cuando ellas deciden, que demasiadas veces es nunca. A veces las ideas son como las palomas, es decir, cuando una del grupo alza el vuelo, con su aleteo incita a todo la bandada a alzarlo con ella.

Respecto de las ideas más enraizadas, las más veteranas, mi experiencia, a lo largo de todos los instantes de mi existencia, me ha convencido de que más que un simple individuo que tiene ideas, soy un individuo raptado por ellas, es decir, mis ideas, alígeras llegan sorpresivamente, me abducen, y, sin pedirme permiso, me poseen y me iluminan o me ciegan, que también ocurre, no pocas veces, por cierto.

El trasfondo de lo que acabo de expresar me reafirma en el intemporal y viejo adagio zen que expresa que «cuando el alumno está preparado, siempre aparece el maestro». Evidentemente, amable leyente, no trato de contradecir nada ni a nadie, y doy fe expresa de que tan fidedigno es el pensamiento que acabo de expresar, como fidedigna fue y será la verdad de Picasso cuando defendió aquello de que «si llegan las musas, mejor que nos pillen trabajando». Lo cortés no quita lo valiente. Los trayectos de los vuelos de la inspiración son a veces infantiles, a veces misteriosos, a veces inescrutables, y siempre testigos de que más allá de nuestros límites físicos existe una Naturaleza a la que pertenecemos por la vía de la comunión, que en este caso no tiene nada que ver con la eucaristía, sino que tiene todo que ver con la participación en lo común.

Nada que ver el vuelo de cualquier mortal con el de Charles A. Lindbergh, el primer piloto en cruzar el Atlántico volando desde Nueva York a Paris sin escalas. Ocurrió en el primer cuarto del pasado siglo. Y digo nada que ver, porque, evidentemente, don Charles, previo a su vuelo físico entre las nubes anduvo años experimentando el gustosísimo aleteo del sueño neurótico de a sus 25 años ser el primer humano en lograr tamaño hito. A saber el revoloteo de ideas blancas y negras que hubo de gestionar Lindbergh en la soledad de la cabina del Spirit of St. Louis, el avión que pilotó durante las treinta y tres horas que duró la hazaña.

Todos los idiomas son testigos de que volar, más que un rotundo verbo o una frágil palabra, es un sinónimo universal. Vuela la ingravidez, y la sutileza de un pensamiento, y el vértigo de las emociones, y la naturalidad animal del instinto, y el estribillo de un poema, y la libido encendida; vuelan la imaginación, el presentimiento, la corazonada, la razón de ser o no ser de tal o cual cosa, y el amor, y el desamor, y la comprensión, y la seguridad y la duda y el odio y el perdón...

Volar es una facultad íntima tan evidente que hasta trasciende todos los principios de la física. «Las aves nacidas en una jaula piensan que volar es una enfermedad», defiende el polifacético Alejandro Jodorowski tratando de explicar algunas taras sociales adquiridas por las rigideces del sistema que desvirtúan el equilibrio anímico del ser humano con mayúsculas. En este sentido, aludiendo a la necesidad en las estructura del ser humano sano, José Martí se expresó nítidamente en la estrofa de un poema: «Con la primavera | viene una ansiedad | de pájaro preso | que quiere volar», escribió.